domingo, 26 de octubre de 2008

Últimos días en la Escuela de Elwahir

Le costó muchas lágrimas despedirse de ellos, incluso de los orcos, Regon y Aerek, con los que había llegado a simpatizar muchísimo. Durante varios días, los previos a la llegada de Idhal Ahn, Shawws repartió más besos, abrazos y promesas que en la totalidad de sus años elfos, y aun así, parecía que nadie quedaba satisfecho, ni sus compañeros ni él. Yole le amenazó con cortarle los dedos si no iba a verle alguna vez, Betrawali le prometió escribirle y también le invitó a su remota región de origen, Celeste lloró como un chiquillo en sus brazos y le aseguró que un día, presuntamente no muy lejano, se verían los dos en Iaiinommarj y que tomarían un vasito de licor blanco juntos en una posada que conocía y que esperaba que no hubiesen cerrado los sarryas. Shawws aseguró a todos que les escribiría, a pesar de que era malo y lento escribiendo y que su caligrafía era casi ilegible; todos se rieron con su comentario, y para despedirse como era debido, y para ensayar para lo que se le avecinaba, una tarde Shawws reunió a todos sus amigos en el comedor de la Gran Escuela y les obsequió con una hilarante y privada representación de su personaje favorito, el Abuelo Guante, que en esta ocasión estuvo apoyado por un nuevo miembro, que era el Tío Bota, que se encargaba de ruborizar hasta el más pintado habitante de la Gran Escuela con su ironía y su crítica punzante.

La despedida de Ryanne fue muy breve y abundó en sonrisas. La chiquilla parecía feliz de que abandonase el lugar que ella consideraba como una prisión lujosa y le pidió que le enviase dulces y muchas cartas. Quería saberlo todo, a dónde iba, a quién conocía, quería ver como él los lugares que iba a visitar, la gente, la comida, las criaturas extrañas que pudiese ver… Shawws la abrazó muy fuerte, la llamó “hermanita” pese a las infantiles protestas de la princesa y recogió todas sus pertenencias de su habitación, dejándole a ésta el cuidado de sus libros y todo el material escolar que había ido recopilando durante aquellos dos largos meses.

Así que sólo le quedaba lo más difícil: despedirse de Deelrith. La escuela, frenética con los preparativos de la gran fiesta del día de Muertos, bullía de actividad; y aunque las extrañas muertes de aquellos estudiantes no habían caído en el olvido y todavía se oían muchos susurros acallados y se notaba cierta tensión en el ambiente, el jolgorio y la promesa de la fiesta habían suavizado muchísimo el nerviosismo reinante. Shawws se preguntó qué había ocurrido… o qué estaba ocurriendo en realidad, pensó de súbito con un estremecimiento, sin saber de dónde procedía aquella extraña idea. La imagen de Loren le sacudió la mente. ¿Es que tenía algo que ver con lo que sucedía? ¿Por qué? Él, que había llegado en un momento inoportuno, viniendo de tan lejos, y siendo quien era… ¿qué relación podía tener con un supuesto monstruo que mataba a sus víctimas y les vaciaba la sangre?
Aún pensaba en aquellos negros acontecimientos cuando vio a Deelrith esperando pacientemente en el templete de mármol que había bajo el sicómoro del jardín de las mujeres. La había citado allí el día anterior con esperanza de hablar con ella en privado, aunque no sabía exactamente qué iba a decirle, y al verla su corazón comenzó a latir desaforadamente y el rubor acudió a su rostro en una oleada cruel. Se aproximó a ella intentando serenarse y cuando ella le vio, le sonrió, dejándole sitio en el frío banco de mármol, a su lado.
-Me han dicho que te vas de la Escuela.- dijo ella, con una sonrisa algo dolida, como si le hiciera un reproche. Shawws la miró a los ojos durante unos instantes y asintió:
-Sí. Quería venir a decírtelo yo mismo.
-¿Con tu abuelo y esa compañía de teatro que me mencionaste alguna vez? Te vas con ellos, ¿verdad?
-Sí, eso es. Con mi abuelo Adames e Idhal Ahn, su compañía.-sonrió el muchacho, casi involuntariamente.- Esta vez me dejará ser actor.
-¡Eso es fantástico! –lo celebró Deelrith, apretándole las manos. Después añadió, mirando desconfiadamente a su alrededor:- Este lugar… no se ha vuelto muy seguro. Tienes que irte cuanto antes.
Y Shawws no pudo aguantarlo más. No pudo aguantar tenerla tan cerca sin decirle nada de lo que sentía, no pudo aguantar el peso inexplicable que de pronto tenía en el corazón, y sentía que debía decirle algo, lo que fuese, para aliviarlo. Sabía que ella no podría corresponderle, que estaba seguro de que no lo haría, pero sin embargo…
-Deelrith, yo… -comenzó, reflejándose en las pupilas azules de la princesa, tan extraordinariamente claras.- Tengo que decirte algo. Yo… me he portado muy mal contigo. Pero no quería… no quería verte junto a Loren. Era superior a mis fuerzas, Deelrith, porque… porque me enamoré de ti. Y lo siento, siento haber sido tan idiota, siento…
Deelrith le hizo una caricia en el rostro. Sus ojos se humedecieron con el brillo insolente de sus lágrimas y estrechó a Shawws entre sus brazos con fuerza, mientras decía en un susurro:
-Perdóname, Shawwshants, pero… Loren es mi destino. Desde el principio de mi vida. Sé que no es fácil de entender, pero tienes que hacerlo. No puedo corresponderte.
-Yo ya sabía…- y lenta y tranquilamente, las lágrimas también acudieron a los emocionados ojos del muchacho Jades, bañándolos con ellas.- Perdóname, Deel. No he sido justo contigo…
-Es mi destino, Shawws. Lo siento.
Y ambos continuaron abrazados durante un largo rato, poseídos por sus propias emociones, hasta que el atardecer declinó y Deelrith, de nuevo con una resplandeciente sonrisa iluminando su hermoso rostro de princesa humana, se despidió de él para siempre, sin falsas promesas ni esperanzas, sino con un sencillo gesto de la mano.


Adames Sendaviva entró al recibidor del pabellón masculino acompañado de un torbellino de nieve, con el ceño fruncido y una expresión peligrosamente seria a juicio de Shawwshants. Echó un breve vistazo a su nieto, que aguardaba sentado en uno de los divanes vestido con su más grueso abrigo y rodeado por sus pertenencias y varios estudiantes (dos elfos más, un humano corpulento, un enano, dos orcos y hasta una SyTha. Nunca había dudado en la capacidad de adaptación de su nieto y no se sorprendió de que hubiese hecho amigos de tan variopintas etnias); el chico se levantó inmediatamente de un salto al verle para ir hacia él y darle un abrazo. Adames miró hacia arriba, al techo decorado con impresionantes frescos y salientes dorados, el colmo del mal gusto, según su opinión de kennommah, y preguntó a Shawwshants pausadamente, como si temiera la respuesta:
-¿Dónde tienes el colgante que te di?
-Aquí, abuelo.- el jovencito rebuscó entre sus ropas y se lo mostró.- No me lo he quitado en todo el tiempo, como me dijiste. ¿Quieres que te lo devuelva?
-Buen chico. No, es para ti. - sonrió el anciano, dando un segundo y más fuerte abrazo a su nieto favorito y acariciándole el pelo.- Hay que irse enseguida de aquí. Idhal Ahn está fuera y no debemos hacerla esperar.
-Vale.- Shawws asintió, pero aún dedicó un par de minutos a repartir los últimos abrazos y promesas, hasta que su abuelo le llamó, impaciente, sin dejar de fruncir las cejas y mirar hacia un lado a otro del edificio, como si percibiera algo que le provocaba una creciente intranquilidad.
Después de un rato, por fin, atravesaron los jardines y pabellones y las enormes puertas de la Gran Escuela de Elwahir se abrieron mágicamente para franquearles el paso hasta el exterior. Una vez fuera, el abuelo se giró hacia la gigantesca muralla y comentó en voz baja, como si hablara consigo mismo:
-Así que el maestro Vexlaard, ¿no? Con éste ya van tres. Sí, hay que abandonar este nido de serpientes lo antes posible.
-¿El maestro Vexlaard? –preguntó Shawws, curioso.- Es mi maestro de Combate y Estrategia. Tú le conoces, ¿verdad? Me lo dijiste al llegar.
-Le conocía. Murió anoche, igual que los otros dos.- le contestó el anciano, serio. Shawws abrió ojos y boca por igual.
-¿Qué? ¡No puede ser! ¿Y… tú cómo sabes eso?
El abuelo le miró un momento, con ironía, como si le retase a averiguar cuánto era lo que sabía, antes de responder:
-Me lo ha dicho el decano Leone hace un rato, cuando he ido a pedirle permiso para que puedas salir y me acompañes.
Pero su nieto le devolvió una mirada llena de suspicacia.
-Abuelo, tú sabes lo que está ocurriendo en la Escuela, ¿verdad? Sabes quién ha matado a los estudiantes y ahora al maestro Vexlaard.
Pero Adames abrió mucho los brazos y exclamó:
-¡Viven los Antepasados! ¡Si pudiera adivinarlo, me ganaría la vida de esa forma, y no yendo de un lado para otro con este lamentable espectáculo ambulante, niño!

Tanto la exagerada exclamación, que le llamara “Niño”, como solían hacerlo los orcos, y el tono de su voz hicieron reír a Shawwshants, que apretó más el equipaje en la mano mientras sentía en su rostro la caricia helada del viento de finales de octubre. Al mirar un poco más allá, hacia el camino, vio las dos destartaladas carretas de Idhal Ahn, la compañía de comedias del abuelo, y su corazón dio un brinco de alegría. A partir de ahora, su vida iba a cambiar. Ahora era cuando realmente empezaba a vivir la existencia que siempre había soñado. Con una sonrisa radiante y mirando a su abuelo, agradeciéndole el comprenderle con los ojos, Shawws aligeró el paso hacia ellos.


¿Qué significaban realmente aquellas turbulentas noticias que procedían de la prestigiosa Gran Escuela de Elwahir? ¿Qué había propiciado el descubrimiento de aquella secta oscura y maligna al servicio de Ankhocheer, cuyo solo nombre estaba prohibido pronunciar, que implicaba a la mayoría de los miembros de la Mesa de Responsables? ¿Habían sido aquellas violentas muertes lo que había desencadenado que todo se destapase, o sólo era la consecuencia de la sed de sangre de aquel demonio condenado por los dioses? Inghamnas Sendaviva no entendía nada en absoluto. Podía imaginarse que la vorágine de muerte y corrupción que se abatía sobre una institución tan rancia como la Gran Escuela, era simple producto de la ambición y el ansia de poder de unos cuantos, pero no entendía cómo era que Shawwshants no le había informado de aquel horror viviéndolo desde su mismo origen. ¿Estaría realmente a salvo? ¿Quién garantizaba la seguridad de los estudiantes en aquellos tiempos oscuros, aparte de ellos mismos? Ingham no confiaba demasiado en la habilidad de su hijo para protegerse.

El grifo de Shawwshants, Armyan, aterrizó con un chillido justo enfrente de la Torre del Huso, derruida por su lado izquierdo y tan deslucida y opaca como jamás la había visto. Inghamnas soltó las riendas del animal tras acariciarle el plumaje del cuello y saltó al suelo con agilidad, ajustándose el cinturón de su regio y complicado traje de montar. Inmediatamente acudió alguien a su encuentro desde el edificio principal, un humano del Norte a juzgar por su aspecto macizo y sobrio, que le saludó con una respetuosa inclinación de cabeza. Inghamnas miró brevemente a su alrededor: la hierba agostada, los edificios quemados, en los que se movían rápidamente decenas de obreros para restaurarlos a su anterior esplendor. ¿Serían ciertos los rumores, y la Gran Escuela había quedado bajo la tutela de Loren, el hermano bastardo de Angdor el Exterminador, que se proponía reformarla a su completo albedrío?
-Soy Inghamnas Sendaviva, Primer Juez del Tribunal Supremo y Senador de la Cámara Diplomática de su Majestad Vehare, rey y emperador de Kennommah.
El humano volvió a inclinar la cabeza e Ingham endureció más su adusta expresión, si cabía, para preguntar:
-¿Dónde está mi hijo? Deseo verle enseguida.
Entonces hizo su aparición el propio príncipe Loren de Sárima, que se encaminó hacia ellos con paso lento. Sin decir nada, y mientras Ingham miraba desconfiadamente sus extraños Ojos de la Inmensidad, le tendió la mano para saludarle y el senador kennommah se la estrechó no sin reservas, mientras volvía a preguntar con impaciencia:
-¿Dónde está mi hijo, Shawwshants Mosheh Sendaviva?
Loren entrecerró los ojos un instante.
-¿Sendaviva, señor? No se encuentra con nosotros, en la Nueva Escuela de Elwahir. Shawwshants abandonó el valle a finales del mes de Octubre, en compañía de su abuelo Adames.

Hizo todo lo posible por contenerse, pero aun así tanto el humano del Norte como el príncipe vieron cómo el majestuoso cabeza del Tribunal Supremo de Kennommah enrojecía de pura indignación y, tras una corta y brusca despedida, se encaminaba de nuevo hacia el grifo que le había aguardado echado en la maltrecha hierba, atusándose suavemente las plumas con el pico.

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