miércoles, 5 de noviembre de 2008

ÚLTIMA HORA!!

Hola! Bueno, viendo que pasa el tiempo y la cosa no marcha para adelante, he decidido suspender el sorteo. Mil perdones a quienes tenían ilusión por participar, pero como sabéis la cosa anda chunga con la compraventa y se ha pasado el tiempo límite que me puse para que se reservaran todos los números. Así que nada, lo siento, y tal vez la próxima vez tengamos más suerte. Un besote enorme para todos y todas las que me habéis apoyado!! ^_^

NÚMEROS DEL SORTEO RESERVADOS:

00 01 02 03 04 05 06 07 08 09
10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31
32 33 34 35 36 37 38 39 40 41
42 43 44 45 46 47 48 49 50 51
52 53 54 55 56 57 58 59 60 61
62 63 64 65 66 67 68 69 70 71
72 73 74 75 76 77 78 79 80 81
82 83 84 85 86 87 88 89 90 91
92 93 94 95 96 97 98 99

Skydoll: 09,30,83,78,99
Quesque: 17,86,08,10,22
Alia:12 ,26
Syney: 5
Kurai: 46
Pilar: 48
Debby: 27,23,41
Ali: 97, 37
Serendipity: 07,13
Mori: 02,29,69,93
Angell Oscura: 47,74
Kaname: 68,90
Sairon: 44
Asura: 6, 15
666Lunita666: 94,42,03
Irantzu: 66
Shura: 25,57,98
Sonia: 67,71,00
Misha: 85,39
Sun: 81,34
Kao chan: 04,36,49, 64
Cithiel: 89,95
Yrth: 21,28, 33,56,82
Sweet minako: 01,96,58

Sorteo de MNF Sleeping Beauty!











Hola a tod@s!! Como por lo visto no tengo suficiente confianza de la administración de mi foro de toda la vida, he decidido sortear mi custom de la Bella Durmiente vía mi blog, así que aquí la tenéis!!

La keka es una MNF Beautiful White híbrida, cabeza y manos son de Minifee Shushu y el cuerpo es de Bobobie. La sortearía tal como se muestra en las fotos, es decir, la keka armada y tensada, peluca blanca de Cool Cat, Make up y tatuaje hechos por mí (Doll Valley Art) y vestido y accesorios (pendientes, adorno del pelo, cinta para camafeo) de la tienda, Doll Valley Shop. También lleva ropa interior! ^-^


Pongo a la venta 100 números del 00 al 99. El precio de la papeleta son 3 euros, y el ganador se decidirá una vez se vendan todas, en el sorteo de la ONCE del día siguiente. Para reservar vuestros números, dejadme un comentario o un mail a mi dirección: leonlewis791@hotmail.com, para que pueda enviaros la cuenta bancaria donde podéis hacer el ingreso.


Animaos a participar, que la keka ha quedado realmente preciosa!!

domingo, 26 de octubre de 2008

Últimos días en la Escuela de Elwahir

Le costó muchas lágrimas despedirse de ellos, incluso de los orcos, Regon y Aerek, con los que había llegado a simpatizar muchísimo. Durante varios días, los previos a la llegada de Idhal Ahn, Shawws repartió más besos, abrazos y promesas que en la totalidad de sus años elfos, y aun así, parecía que nadie quedaba satisfecho, ni sus compañeros ni él. Yole le amenazó con cortarle los dedos si no iba a verle alguna vez, Betrawali le prometió escribirle y también le invitó a su remota región de origen, Celeste lloró como un chiquillo en sus brazos y le aseguró que un día, presuntamente no muy lejano, se verían los dos en Iaiinommarj y que tomarían un vasito de licor blanco juntos en una posada que conocía y que esperaba que no hubiesen cerrado los sarryas. Shawws aseguró a todos que les escribiría, a pesar de que era malo y lento escribiendo y que su caligrafía era casi ilegible; todos se rieron con su comentario, y para despedirse como era debido, y para ensayar para lo que se le avecinaba, una tarde Shawws reunió a todos sus amigos en el comedor de la Gran Escuela y les obsequió con una hilarante y privada representación de su personaje favorito, el Abuelo Guante, que en esta ocasión estuvo apoyado por un nuevo miembro, que era el Tío Bota, que se encargaba de ruborizar hasta el más pintado habitante de la Gran Escuela con su ironía y su crítica punzante.

La despedida de Ryanne fue muy breve y abundó en sonrisas. La chiquilla parecía feliz de que abandonase el lugar que ella consideraba como una prisión lujosa y le pidió que le enviase dulces y muchas cartas. Quería saberlo todo, a dónde iba, a quién conocía, quería ver como él los lugares que iba a visitar, la gente, la comida, las criaturas extrañas que pudiese ver… Shawws la abrazó muy fuerte, la llamó “hermanita” pese a las infantiles protestas de la princesa y recogió todas sus pertenencias de su habitación, dejándole a ésta el cuidado de sus libros y todo el material escolar que había ido recopilando durante aquellos dos largos meses.

Así que sólo le quedaba lo más difícil: despedirse de Deelrith. La escuela, frenética con los preparativos de la gran fiesta del día de Muertos, bullía de actividad; y aunque las extrañas muertes de aquellos estudiantes no habían caído en el olvido y todavía se oían muchos susurros acallados y se notaba cierta tensión en el ambiente, el jolgorio y la promesa de la fiesta habían suavizado muchísimo el nerviosismo reinante. Shawws se preguntó qué había ocurrido… o qué estaba ocurriendo en realidad, pensó de súbito con un estremecimiento, sin saber de dónde procedía aquella extraña idea. La imagen de Loren le sacudió la mente. ¿Es que tenía algo que ver con lo que sucedía? ¿Por qué? Él, que había llegado en un momento inoportuno, viniendo de tan lejos, y siendo quien era… ¿qué relación podía tener con un supuesto monstruo que mataba a sus víctimas y les vaciaba la sangre?
Aún pensaba en aquellos negros acontecimientos cuando vio a Deelrith esperando pacientemente en el templete de mármol que había bajo el sicómoro del jardín de las mujeres. La había citado allí el día anterior con esperanza de hablar con ella en privado, aunque no sabía exactamente qué iba a decirle, y al verla su corazón comenzó a latir desaforadamente y el rubor acudió a su rostro en una oleada cruel. Se aproximó a ella intentando serenarse y cuando ella le vio, le sonrió, dejándole sitio en el frío banco de mármol, a su lado.
-Me han dicho que te vas de la Escuela.- dijo ella, con una sonrisa algo dolida, como si le hiciera un reproche. Shawws la miró a los ojos durante unos instantes y asintió:
-Sí. Quería venir a decírtelo yo mismo.
-¿Con tu abuelo y esa compañía de teatro que me mencionaste alguna vez? Te vas con ellos, ¿verdad?
-Sí, eso es. Con mi abuelo Adames e Idhal Ahn, su compañía.-sonrió el muchacho, casi involuntariamente.- Esta vez me dejará ser actor.
-¡Eso es fantástico! –lo celebró Deelrith, apretándole las manos. Después añadió, mirando desconfiadamente a su alrededor:- Este lugar… no se ha vuelto muy seguro. Tienes que irte cuanto antes.
Y Shawws no pudo aguantarlo más. No pudo aguantar tenerla tan cerca sin decirle nada de lo que sentía, no pudo aguantar el peso inexplicable que de pronto tenía en el corazón, y sentía que debía decirle algo, lo que fuese, para aliviarlo. Sabía que ella no podría corresponderle, que estaba seguro de que no lo haría, pero sin embargo…
-Deelrith, yo… -comenzó, reflejándose en las pupilas azules de la princesa, tan extraordinariamente claras.- Tengo que decirte algo. Yo… me he portado muy mal contigo. Pero no quería… no quería verte junto a Loren. Era superior a mis fuerzas, Deelrith, porque… porque me enamoré de ti. Y lo siento, siento haber sido tan idiota, siento…
Deelrith le hizo una caricia en el rostro. Sus ojos se humedecieron con el brillo insolente de sus lágrimas y estrechó a Shawws entre sus brazos con fuerza, mientras decía en un susurro:
-Perdóname, Shawwshants, pero… Loren es mi destino. Desde el principio de mi vida. Sé que no es fácil de entender, pero tienes que hacerlo. No puedo corresponderte.
-Yo ya sabía…- y lenta y tranquilamente, las lágrimas también acudieron a los emocionados ojos del muchacho Jades, bañándolos con ellas.- Perdóname, Deel. No he sido justo contigo…
-Es mi destino, Shawws. Lo siento.
Y ambos continuaron abrazados durante un largo rato, poseídos por sus propias emociones, hasta que el atardecer declinó y Deelrith, de nuevo con una resplandeciente sonrisa iluminando su hermoso rostro de princesa humana, se despidió de él para siempre, sin falsas promesas ni esperanzas, sino con un sencillo gesto de la mano.


Adames Sendaviva entró al recibidor del pabellón masculino acompañado de un torbellino de nieve, con el ceño fruncido y una expresión peligrosamente seria a juicio de Shawwshants. Echó un breve vistazo a su nieto, que aguardaba sentado en uno de los divanes vestido con su más grueso abrigo y rodeado por sus pertenencias y varios estudiantes (dos elfos más, un humano corpulento, un enano, dos orcos y hasta una SyTha. Nunca había dudado en la capacidad de adaptación de su nieto y no se sorprendió de que hubiese hecho amigos de tan variopintas etnias); el chico se levantó inmediatamente de un salto al verle para ir hacia él y darle un abrazo. Adames miró hacia arriba, al techo decorado con impresionantes frescos y salientes dorados, el colmo del mal gusto, según su opinión de kennommah, y preguntó a Shawwshants pausadamente, como si temiera la respuesta:
-¿Dónde tienes el colgante que te di?
-Aquí, abuelo.- el jovencito rebuscó entre sus ropas y se lo mostró.- No me lo he quitado en todo el tiempo, como me dijiste. ¿Quieres que te lo devuelva?
-Buen chico. No, es para ti. - sonrió el anciano, dando un segundo y más fuerte abrazo a su nieto favorito y acariciándole el pelo.- Hay que irse enseguida de aquí. Idhal Ahn está fuera y no debemos hacerla esperar.
-Vale.- Shawws asintió, pero aún dedicó un par de minutos a repartir los últimos abrazos y promesas, hasta que su abuelo le llamó, impaciente, sin dejar de fruncir las cejas y mirar hacia un lado a otro del edificio, como si percibiera algo que le provocaba una creciente intranquilidad.
Después de un rato, por fin, atravesaron los jardines y pabellones y las enormes puertas de la Gran Escuela de Elwahir se abrieron mágicamente para franquearles el paso hasta el exterior. Una vez fuera, el abuelo se giró hacia la gigantesca muralla y comentó en voz baja, como si hablara consigo mismo:
-Así que el maestro Vexlaard, ¿no? Con éste ya van tres. Sí, hay que abandonar este nido de serpientes lo antes posible.
-¿El maestro Vexlaard? –preguntó Shawws, curioso.- Es mi maestro de Combate y Estrategia. Tú le conoces, ¿verdad? Me lo dijiste al llegar.
-Le conocía. Murió anoche, igual que los otros dos.- le contestó el anciano, serio. Shawws abrió ojos y boca por igual.
-¿Qué? ¡No puede ser! ¿Y… tú cómo sabes eso?
El abuelo le miró un momento, con ironía, como si le retase a averiguar cuánto era lo que sabía, antes de responder:
-Me lo ha dicho el decano Leone hace un rato, cuando he ido a pedirle permiso para que puedas salir y me acompañes.
Pero su nieto le devolvió una mirada llena de suspicacia.
-Abuelo, tú sabes lo que está ocurriendo en la Escuela, ¿verdad? Sabes quién ha matado a los estudiantes y ahora al maestro Vexlaard.
Pero Adames abrió mucho los brazos y exclamó:
-¡Viven los Antepasados! ¡Si pudiera adivinarlo, me ganaría la vida de esa forma, y no yendo de un lado para otro con este lamentable espectáculo ambulante, niño!

Tanto la exagerada exclamación, que le llamara “Niño”, como solían hacerlo los orcos, y el tono de su voz hicieron reír a Shawwshants, que apretó más el equipaje en la mano mientras sentía en su rostro la caricia helada del viento de finales de octubre. Al mirar un poco más allá, hacia el camino, vio las dos destartaladas carretas de Idhal Ahn, la compañía de comedias del abuelo, y su corazón dio un brinco de alegría. A partir de ahora, su vida iba a cambiar. Ahora era cuando realmente empezaba a vivir la existencia que siempre había soñado. Con una sonrisa radiante y mirando a su abuelo, agradeciéndole el comprenderle con los ojos, Shawws aligeró el paso hacia ellos.


¿Qué significaban realmente aquellas turbulentas noticias que procedían de la prestigiosa Gran Escuela de Elwahir? ¿Qué había propiciado el descubrimiento de aquella secta oscura y maligna al servicio de Ankhocheer, cuyo solo nombre estaba prohibido pronunciar, que implicaba a la mayoría de los miembros de la Mesa de Responsables? ¿Habían sido aquellas violentas muertes lo que había desencadenado que todo se destapase, o sólo era la consecuencia de la sed de sangre de aquel demonio condenado por los dioses? Inghamnas Sendaviva no entendía nada en absoluto. Podía imaginarse que la vorágine de muerte y corrupción que se abatía sobre una institución tan rancia como la Gran Escuela, era simple producto de la ambición y el ansia de poder de unos cuantos, pero no entendía cómo era que Shawwshants no le había informado de aquel horror viviéndolo desde su mismo origen. ¿Estaría realmente a salvo? ¿Quién garantizaba la seguridad de los estudiantes en aquellos tiempos oscuros, aparte de ellos mismos? Ingham no confiaba demasiado en la habilidad de su hijo para protegerse.

El grifo de Shawwshants, Armyan, aterrizó con un chillido justo enfrente de la Torre del Huso, derruida por su lado izquierdo y tan deslucida y opaca como jamás la había visto. Inghamnas soltó las riendas del animal tras acariciarle el plumaje del cuello y saltó al suelo con agilidad, ajustándose el cinturón de su regio y complicado traje de montar. Inmediatamente acudió alguien a su encuentro desde el edificio principal, un humano del Norte a juzgar por su aspecto macizo y sobrio, que le saludó con una respetuosa inclinación de cabeza. Inghamnas miró brevemente a su alrededor: la hierba agostada, los edificios quemados, en los que se movían rápidamente decenas de obreros para restaurarlos a su anterior esplendor. ¿Serían ciertos los rumores, y la Gran Escuela había quedado bajo la tutela de Loren, el hermano bastardo de Angdor el Exterminador, que se proponía reformarla a su completo albedrío?
-Soy Inghamnas Sendaviva, Primer Juez del Tribunal Supremo y Senador de la Cámara Diplomática de su Majestad Vehare, rey y emperador de Kennommah.
El humano volvió a inclinar la cabeza e Ingham endureció más su adusta expresión, si cabía, para preguntar:
-¿Dónde está mi hijo? Deseo verle enseguida.
Entonces hizo su aparición el propio príncipe Loren de Sárima, que se encaminó hacia ellos con paso lento. Sin decir nada, y mientras Ingham miraba desconfiadamente sus extraños Ojos de la Inmensidad, le tendió la mano para saludarle y el senador kennommah se la estrechó no sin reservas, mientras volvía a preguntar con impaciencia:
-¿Dónde está mi hijo, Shawwshants Mosheh Sendaviva?
Loren entrecerró los ojos un instante.
-¿Sendaviva, señor? No se encuentra con nosotros, en la Nueva Escuela de Elwahir. Shawwshants abandonó el valle a finales del mes de Octubre, en compañía de su abuelo Adames.

Hizo todo lo posible por contenerse, pero aun así tanto el humano del Norte como el príncipe vieron cómo el majestuoso cabeza del Tribunal Supremo de Kennommah enrojecía de pura indignación y, tras una corta y brusca despedida, se encaminaba de nuevo hacia el grifo que le había aguardado echado en la maltrecha hierba, atusándose suavemente las plumas con el pico.

domingo, 19 de octubre de 2008

Vintage Blossom


Hola a tod@s!
Ya tenemos listo el primer modelo de la colección de otoño de Doll Valley Shop! Consta de gorrito tipo "amish", en lino y tul, con cinta de raso marrón, vestido en lino color tostado con aplique de flor de raso y falda en punto marrón y tul. La talla es MSD.

Podéis verlo en la tienda del foro de Spirit of Doll, aquí tenéis el link: http://spiritofdoll.com/phpbb2/viewtopic.php?t=136
Y si queréis más fotos, podéis verlas aquí: http://spiritofdoll.com/phpbb2/viewtopic.php?p=124947#124947


miércoles, 8 de octubre de 2008

Mi niña

- ¿Querías verme?
- Así es.
Riannethesse FlamaÍgnea, princesa de Kennommah, despidió con un brusco gesto a Orthan, su mayordomo - su mayordomo y no su cuidador, puesto que al menos ella ya no se consideraba ninguna niña - y echó a correr, olvidando el protocolo, cubriendo rápidamente la distancia que la separaba de su padre. Al ver, aunque sólo de soslayo, la furia que irradiaban los decididos ojos de su hija, Vehare FlamaÍgnea, rey de Kennommah, se dejó caer contra el respaldo del sillón tapizado y, bajando la cabeza, se cubrió los ojos con una mano. Levantó la otra, con la esperanza de disuadir a su hija en su determinado avance, sin conseguirlo.
La joven vio el gesto de su padre, y lo comprendió, pero había esperado mucho tiempo aquel encuentro y las formalidades eran en ese instante algo ridículo y carente del más mínimo sentido. Rodeando la maciza mesa de cedro, la princesa de Kennommah arrebató a su padre la mano de los ojos y descargó su pequeño puño contra la superficie pulcramente barnizada del escritorio. Hubiese querido hacerla vibrar, para reafirmar con contundencia su gesto, pero al fin y al cabo, sus fuerzas seguían siendo las de una niña.
- ¡¡Exijo saber qué significa esto!! - gritó, agitando en el aire un puñado de arrugados manuscritos que había extraído de algún lugar de entre sus ropajes.
Vehare contempló a su hija durante unos momentos, temeroso, mientras se encogía en su regio asiento. Frunciendo los labios, desvió la vista hacia el suelo, pero su desvalida expresión no contentó demasiado a su encolerizada heredera. Avanzando aún más, la pequeña princesa de Kennommah asió a su padre y rey por la barbilla, suave pero firmemente, obligándole a mirarla a los ojos.
- ¡ No finjas que no me escuchas, padre! ¡Esta vez no te lo consentiré! ¡Vas a decirme en este instante qué significa toda esta sarta de absurdos! - la jovencita apretó entre sus dedos las mejillas del monarca y agitó los papeles ante sus ojos con la mano derecha, apremiándole.- ¡Y quiero una respuesta ahora!!
Vehare exhaló un largo suspiro y se deshizo lentamente de la tenaza a la que su hija le tenía sometido, soltando pacientemente sus deditos uno a uno, evitando su mirada en todo momento. Cuando estuvo de nuevo libre, Vehare bajó la cabeza y, con un nuevo suspiro, anunció:
-Significa lo que significa, hija mía.
Sin embargo, en esta ocasión, las continuas ambiguedades a las que Vehare tenía acostumbrados a sus súbditos no iban a servirle como escudo... al menos, frente a su hija, no.
- ¿Sí? ¿Y qué significa exactamente? - los ojos de Rianne destellaron, iracundos.- ¿Que vas a entregar la nación sin condiciones a ese bastardo humano, como lo hicieron los cobardes de Iaiinommarj? ¿Es eso lo que quieres decir con esa estupidez de “Me siento demasiado viejo y cansado para luchar”, padre? ¡¿Es eso?! - la joven volvió a subrayar el énfasis de su frase con un nuevo golpe en la mesa, fuera de sí.
Mordiéndose los labios, Vehare fue incapaz de responder a las punzantes preguntas de su hija y, sacudido por un leve temblor, sólo pudo guardar silencio.
- ¡Por todos los dioses del Taioh, padre! – Rianne se apartó un instante de él para mirarle, con la desesperación sombreando de oscuro su frente infantil.- ¡¡Dime que este Consejo ha sido un lamentable error!! ¡Tienes más de mil años!! ¿Eres ahora demasiado viejo para luchar por tu pueblo, para defender lo que es tuyo por derecho? ¡Vamos, contéstame!! ¡Contéstame, padre!
De nuevo la pregunta de Rianne se esfumó en el perfumado ambiente del despacho real. Desolada, casi sin fuerzas, la princesa se arrodilló en la alfombra para conseguir encontrar los ojos de su rey y tener la oportunidad de reflejarse en ellos.
- ¡Padre, dime que esta carta que me enviaron a la Escuela es pura fantasía! ¡¡Dímelo, te lo ruego, necesito oírte decir que la rendición sólo es un falso rumor!!
La visión de los ojos acuosos y de súbito ausentes de su padre, en otro tiempo tan firmes y hermosos, enmudecieron a la muchacha. Aquélla era la única verdad: su padre pensaba poner Kennommah en manos del Emperador de Sárima sin ni siquiera presentar batalla por su pueblo. Ryanne se sintió de repente pequeña, muy pequeña, observando cómo la miraban, cómo la engullían, los grandes y despiadados ojos del monstruo que era su padre y además, su rey.
- Padre, por la bendita memoria de mi madre, dime que no vas a entregar Kennommah.
Riannethesse lloraba. Dos solitarias lágrimas corrían por su rostro de niña y convertían su cara en un horrendo espejo de madurez prematura. Inmediatamente Vehare sintió cómo también el llanto acudía a sus ojos, pero tuvo conciencia de que ya era demasiado tarde, que sus lágrimas no tenían perdón.
-Hija mía... mi niña...
La princesa volvió a incorporarse, y Vehare siguió sus movimientos con la vista, haciendo un tremendo esfuerzo por no bajar la cabeza como un chiquillo apesadumbrado que se sabe culpable de una travesura.
- ¿Y qué piensas que vas a hacer? - tronó la muchacha de súbito, contrariando sus propias lágrimas.- ¿Ponerte de acuerdo con ese maldito humano y firmar un tratado que sabes que no respetará? ¡Un humano que cumple su palabra!! ¡Hay que ser muy inocente para creerse eso!!
El dolor y la amargura en la expresión de la princesa habían dado paso a un desprecio tal que dolía. Vehare se sintió herido en su orgullo, herido porque fuera su hija quien cuestionara sus decisiones y herido de nuevo porque sólo era una chiquilla. Él, que había mandado ejércitos en su juventud, que había llevado a su pueblo al poder y la gloria... ahora era intimidado por una niña que había llegado a tener más fuerza y pasión de la que jamás tuvo él en su vida.
- Riannethesse, si has terminado de poner en juicio mi decisión, - logró decir, frunciendo levemente las cejas.- Estoy cansado, y me gustaría estar solo.
Rianne volvió a acercarse, poniendo su rostro a escasos centímetros del de su padre mientras le apretaba las manos con fuerza y sus ojos se abrían como flores al amanecer, despiadados y sombríos.
- ¿Por qué estás cansado, padre? ¿¡Por qué, maldita sea?! ¡No será de llevar el peso del gobierno, cuando sólo eres una marioneta de los nobles!! ¿Cuántas veces he tenido que dedicarme a enmendar tus errores? ¡Yo sí que debería estar cansada de este juego! ¡Debería obligarte a abdicar!
El terror y la indignación, a partes iguales, hicieron palidecer al excelso soberano de Kennommah mientras sus dilatadas pupilas contemplaban a su enfurecida hija, quien le apretaba las manos con una fuerza inusitada en una chiquilla como ella. Rianne, ajena a sus pensamientos, continuó, implacable:
- No vas a hacer tal cosa, ¿me oyes? No vas a regalar nuestra nación a nadie que lo reclame por puro capricho, y menos a un humano codicioso que lo arrasará a fuego y sangre! ¡Angdor el Exterminador codicia Kennommah, siempre lo ha hecho... pero no se hará con él! Mañana mismo daré orden de hacer recuento de las tropas de las que disponemos, ¡y me importa muy poco lo que opinen los Altos Generales sobre la cuestión!! ¡Su vida es la lucha, y yo les llevaré a la batalla!
Por primera vez, Vehare enfrentó la mirada decidida de su hija con otra que recordaba el monarca de antaño, el rey que había sido y al que todos habían venerado.
- No lo harás.
- ¿Que no haré...?
El rey se libró de las manos de la jovencita con decisión.
- Regresarás a la Escuela de Elwahir mañana mismo, Ryannethesse. Allí estarás segura.
- ¡No! - se rebeló la princesa, con un grito, herida de muerte en su corazón.- ¡¡No volverás a usar ese viejo truco!! No pienso regresar a Elwahir dejando el futuro de la nación en tus manos, ¡no lo permitiré!. – y añadió, señalándole acusadoramente.- ¿Por qué en esta ocasión no haces caso de los consejos de tu amante? Exhortar a los nobles a la lucha es de las cosas con más sentido común que ha hecho nunca.
Vehare entrecerró los ojos, tomando nota del reproche, y se frotó las doloridas manos, impresas con las marcas de los dedos de su hija. Se levantó del asiento, irguiendo su aún imponente figura, y dijo con dureza:
- Aún soy el rey, y harás lo que yo ordene, ¡aún eres sólo una niña! Mañana te pondrás en camino para regresar a la Escuela. Y si no tienes nada más que decir, márchate. Te espera un largo viaje.
La cólera subió a las mejillas de la princesa Flamaígnea como una oleada que iría consumiéndola poco a poco, destruyendo el frágil amor hacia su padre, que él mismo se había encargado de poner a prueba tantas veces.
Rianne se permitió la licencia de volver a llorar, pero su llanto encontró la mirada de su padre, que, tras la firmeza mostrada hacía sólo un instante, había vuelto a ser la del monarca decadente en el que se había convertido. La princesa, ataviada con un vestido de color verde esmeralda, a juego con sus bellos ojos, parecía más que nunca una muñeca maltratada por una niña... o quizá una niña maltratada por la vida, por unas circunstancias que se escapaban de sus pequeñas manitas, que sólo debían haber estado destinadas a jugar.
-Ruega porque los dioses nos ayuden, padre.- sentenció la princesa. Para Vehare, que era muy supersticioso, aquella negra afirmación fue como el peor de los augurios.- Porque si ellos no nos amparan, nadie lo hará.
Apretando la maltratada carta en sus manos, que había rescatado de la alfombra, sabiendo que nada podía hacer contra una orden expresa de su rey, que además se escudaba en su minoría de edad, dio media vuelta y abandonó las dependencias privadas de Vehare, consumida por la rabia, el dolor y la impotencia.
Vehare apenas esperó a oír el portazo que aseguraba que su decepcionada hija había abandonado sus dependencias. Sin ningún recato, puesto que ahora estaba solo, el consumido y pusilánime rey de Kennommah se derrumbó en su regio sillón, dando rienda suelta a un torrente de lágrimas tan descontrolado como su gobierno de la nación. Sabía que el amor de su hija se había abrasado en el fuego de su cólera, y deseaba morir porque perdía el único afecto sincero que le quedaba, pero se sentía incapaz de luchar por recuperarlo. Sólo quedaba en él un hondo sentimiento de haber traicionado a todos, a su hija, a su nación... a sí mismo.
-Eras mi niña... –sollozó Vehare de Kennommah, en otros tiempos Vehare el Poderoso, el Fuerte, el Inmortal.- Sólo una niña... mi niña... oh, dioses, ¿en qué te he convertido?


- Alteza... digo, Ryanne...
El balcón de la princesa estaba abierto, dejando entrar la brisa fresca de la noche. Shawwshants pasó la balaustrada con un salto y miró entre las finas cortinas, para ver si había llegado en buen momento o no. La sempiterna luz del candil derramaba su difuso resplandor en un rincón, pero no se veía a Rianne por ninguna parte. Sólo le llegaba, muy débil, el sonido de su voz, que entonaba una y otra vez las frases de una melodía infantil:

Los soldados del Rey
jugaban a la guerra,
toma, dale, ¿quién ganará...?
Soldado con soldado
pelean sin parar.


Shawws supo al instante que algo iba mal. Y confirmó su sospecha cuando descubrió a la princesa, sentada sobre el suelo con la espalda apoyada sobre una de las paredes, canturreando sin cesar la misma cancioncilla. A sus pies tenía desperdigados las docenas de figuritas que componían su maqueta de asalto favorita y que ambos, tarde tras tarde, habían distribuido pacientemente por el amplio territorio. Él también había tenido juegos como aquél de niño, pero siempre había terminado perdiendo la mayoría de las piezas. Rianne, sin embargo, adoraba aquella fortaleza, aquellos bosques en miniatura, y los mimaba más que a cualquiera de sus muñecas. Pero ahora tenía el objeto de su orgullo desparramado en la alfombra, inexplicablemente, sin orden ni concierto.
- Rianne... - la llamó suavemente Shawws, tomando asiento junto a ella.- ¿Qué ocurre? ¿Te ha pasado algo?
La jovencita, sin dejar de mirar fijamente al suelo, le tendió sin una palabra unos papeles arrugados que apretaba obcecadamente en la mano derecha. Shawws los cogió sin comprender, pero cuando sus ojos se deslizaron por las primeras líneas escritas en ellos, entendió la extraña reacción de su pequeña amiga.
- No hace falta que los lea. - anunció – El informe del Consejo... por la Torre corren rumores.- y añadió cuidadosamente.- Malos rumores.
- Malos rumores. – repitió la chiquilla, mirándole por primera vez. Sus grandes ojos verdes aún estaban húmedos y enrojecidos, pero ya no lloraba. Hubiera sido una grave falta para ella llorar delante de Shawwshants. - ¿Tan malos como los que circulaban por Iaiinommarj antes de que se rindieran a Angdor el Exterminador?
Shawws frunció el entrecejo, percibiendo el tono despectivo que impregnaba las palabras de la princesa y, dispuesto a partir una lanza en favor de los Iaiinommarj, respondió:
- No eres justa con ellos, Rianne. Ponte en el lugar de esa pobre gente, ¿era mejor presentar batalla que la rendición? ¡Estaban completamente cercados!
- ¡¡Ya lo hago!! - gritó la niña, desolada - ¿¡ Y eso es lo mejor?! ¡¡Mi padre quiere entregarle el país a Angdor el Exterminador y yo debo contemplarlo sin poder hacer nada más que lamentarme!! Por eso quiere que regrese a Elwahir cuanto antes. Los senadores y los demás intrigantes de la Corte saben que constituyo un peligro para ellos y le manipulan para que me quite de enmedio... y enviarme de vuelta a la Escuela es la mejor excusa para librarse de la cabezota princesita, por supuesto.
El muchacho se quedó sin argumentos ante la apasionada declaración de la chiquilla. Lo único que pudo hacer fue cogerle una mano y apretársela entre las suyas, para intentar confortarla un poco.
- ¡Tenemos que luchar, Shawws! ¿Tienes conciencia de lo que significaría una rendición? No podemos terminar como esclavos de un Emperador cruel y despiadado, ¡sería el fin de nuestra raza! Pero mi padre no parece entenderlo, ¡dioses! ¿Cómo podría comprenderlo? Ya no es el que era... agradezco que mi madre no esté ya aquí para que pueda ver lo que pretende hacer con su gente...
Pero Shawwshants, que conocía a la princesa desde su nacimiento, se negaba a pensar que hubiese jugado ya todas sus cartas en aquel asunto, y se aventuró a preguntarle:
- Rianne, ¿qué... qué piensas hacer?
La princesa retorció las manos en el regazo.
- ¡¡No lo sé!! Formar clandestinamente una resistencia armada y reunir a mis partidarios en la Corte, ¡no sé! Suena tan sencillo, pero... ¡oh, dioses, sólo soy una niña! ¿Me seguirían?¿Quién me seguiría aparte de mis paladines y mis damas de compañía?¿Qué puedo hacer yo, Shawws? ¿Qué puedo hacer? ¡Soy una niña! ¡Una niña!
- Oh, mi princesa, no te mereces nada de esto. - el joven acarició aquellas blancas manos infantiles, y redondas y frías gotas comenzaron a rebotar en su piel. La orgullosa princesa de Kennommah lloraba, lloraba como la niña que era y como la niña que se sentía en aquel momento crucial. Se abrazó a su confidente y compañero de juegos con fuerza, mientras rompía en desconsolados sollozos que acabaron con la compostura y el aplomo que intentaba mantener a duras penas.
- ¡Es nuestro rey! ¿Por qué hace esto a su pueblo? ¡Es mi padre! ¿Por qué me aparta de todo, a mí, a su hija y heredera? ¿Por qué lo hace, Shawws? ¡Dioses, quisiera que todo esto fuera tan sólo un mal sueño!
- Desgraciadamente para todos, Rianne, no lo es.- suspiró el muchacho, una vez más impotente para ofrecer algún consuelo.- Desgraciadamente, no lo es.
Shawwshants abrazó a la princesa tan fuerte como se lo permitieron sus fuerzas. A él también le invadió aquel asfixiante sentimiento de amargura y debilidad, mientras pensaba que todo lo que le ocurría a Rianne no era sino la sucia jugada del tenebroso destino que se le avecinaba.
-“Eres mi niña, nuestra niña, la niña de Kennommah. –el joven abrazó a la princesa aún más fuerte, sollozando a su vez.- Si supiese protegerte como es debido, si hubiésemos aprendido a velar por ti, mi niña, nuestra niña, nadie podría hacerte daño... mi preciosa pequeña... ¿es ahora demasiado tarde?”

domingo, 5 de octubre de 2008

La Bella Durmiente

Estoy preparando una custom de la Bella Durmiente! Llevará cabeza y manos de Minifee (Shushu), cuerpo de Bobobie en white skin, peluca blanca de Cool Cat y un full set con vestido, manguitos y otros accesorios hechos por Doll Valley Shop... ya tengo listo el maquillaje y el tatuaje de la espalda, así va por ahora!!


Aún andaré un tiempo bastante ocupada, pero he decidido aceptar encargos de maquillaje, cicatrices y customización, si estáis interesados, éste es mi mail: leonlewis791@hotmail.com!! ^_^

jueves, 2 de octubre de 2008

...Y de cómo se rindió Kennommah

Ioane se acercó a la maciza puerta de marfil conteniendo un suspiro. El pasillo que quedaba a sus espaldas estaba sombrío como la entrada de una gruta, salvo por los tímidos orbes de luz mágica, los “vigilantes”, como popularmente se conocía a estos ingenios, que derramaban su mortecino resplandor y disipaban un tanto las profundas tinieblas. Giró la cabeza de derecha a izquierda, asegurándose de que continuaba a solas, y apretó sus delicados labios, decidida.
La joven, temerosa, alzó su blanca mano hasta posarla en la fría y brillante superficie de la lujosa puerta. Al instante la retiró, tan rápido como le fue posible, dudando. Recogió los pliegues de su albo vestido y, con una honda inspiración, se infundió valor a sí misma en unas quedas palabras. Iba ya a acercar el rostro al ojo de la cerradura dorada, por el que podía distinguir el ambarino resplandor que bañaba el interior de la estancia, cuando algo o alguien al que no había oído llegar le presionó suavemente a ambos lados de la cintura, logrando que diera un brinco.
Ioane se llevó la mano a los labios, conteniendo un grito. El tenebroso ambiente nocturno de la Torre de Jade ya tenía la facultad de sobresaltarla por sí solo, por lo que si el dichoso entrometido se proponía asustarla, lo había conseguido en demasía. La muchacha volvió la cabeza, frunciendo las plateadas cejas con enfado, pero al descubrir al autor de la irritante broma, su gesto se fue desvaneciendo hasta convertirse en una sonrisa.
- ¡ Ioane! - dijo el bromista con sincera alegría, tomándola de la mano y apretándola entre las suyas. Iba vestido con una camisa de dormir azul oscuro que le llegaba hasta los tobillos, bordada con pequeñas estrellas fugaces doradas. La la hermosura de su rostro resultaba radiante, mucho más luminosa que cualquiera de los vigilantes suspendidos del techo.- ¡Qué guapa estás, y qué alta! Hacía años que no te veía por aquí, ¿cuándo has llegado?
Pero ella, aunque sonrojada de puro placer, le recomendó con un gesto que guardara silencio, arrastrándolo lejos de la artística puerta de marfil. Cuando juzgó que ya estaban lo suficientemente apartados, susurró:
- ¡Shawwshants! ¡Me has dado un susto de muerte, tonto! - le acusó con una sonrisa bailándole en sus ojos azul pálido, pero su tono de reproche era agradable. Al instante bajó la mirada, avergonzada por su poco discreta actitud, pero no pudo evitar preguntar, un poco dolida: - Estoy en la Torre de Jade desde hace tres días, ¿es que no lo sabías?
- He llegado de Kenneihara hace un rato.- el muchacho dio un sonoro bostezo.- Tenía hambre y bajaba a ver si podía encontrar algo comestible en la cocina a estas horas.
Al joven no le pasaron desapercibidas las furtivas miradas que Ioane dirigía a la gigantesca puerta tallada que había dejado atrás, pero continuó hablando, en voz baja:
- Has venido con tu padre, ¿no? Caramba, nunca creí que vería de nuevo en la Torre de Jade al rey de Iaiinommarj después de que...
- ¡Sssh, calla o nos van a oír!
Él hizo un exagerado gesto de sorpresa, abriendo mucho los ojos y la boca, y señaló la puerta de marfil.
- ¡Oooh! ¡Estabas espiando!
Ioane se ruborizó intensamente mientras intentaba disculparse:
- No, no...- negó con la cabeza, y las cuentas con las que adornaba el exótico y complicado trenzado de su cabello tintinearon como diminutas campanitas. Agarró las numerosas piezas de lapislázuli, cristal y plata, que le caían sobre el pecho, amortiguando el sonido.- No, no estaba espiando... lo que hacía era...
- Escuchar a escondidas, que es lo mismo.- Shawwshants se volvió para echar un vistazo a la puerta cerrada, por la que se filtraba un leve haz de luz.- Déjame adivinarlo.¿Está tu padre ahí, con el rey?
La jovencita suspiró con abatimiento.
- No sólo están ellos. Con nosotros han venido algunos de nuestros diplomáticos más importantes, y todos están reunidos en un consejo de alto secreto. No, no me preguntes cómo lo sé. Incluso le han pedido que esté presente a ese tal Sai Sha... ¿no es primo tuyo, Shawwshants?
- Sí, es primo mío.- el muchacho hizo una mueca de disgusto y se alisó los largos rizos dorados con la mano, refunfuñando:- Sai Sha está aquí, vaya. Nuestro rey ha sido un supersticioso toda la vida, pero si yo fuera él, no pondría mi fe en Don Soberbio...
A Shawwshants no le agradaba demasiado Sai Sha, y tenía constancia de que el sentimiento era mutuo. Pero su primo, por parte de padre, era uno de los clarividentes más respetados e importantes de toda la nación de Kennommah y mucho más allá del límite que marcaban sus fronteras. Por lo que, según el muchacho, se había convertido en “un niñato engreído que se da demasiados humos para ser poco más que un charlatán de feria”. Shawwshants resopló con fastidio. En cuanto terminasen aquellas clandestinas reuniones ya se veía haciendo de escolta para su insoportable primito.
Todavía lamentándose por lo que ya no tenía remedio, el joven kennommah se volvió para mirar a Ioane, a la que encontró con la vista prendida en él. Shawws sonrió, y la joven se apresuró a desviar la mirada, velando sus bellísimos ojos tras la tupida cortina de sus plateadas pestañas. Allí estaba Ioane, la princesa menor –y después de lo ocurrido a los gemelos, la única - de los Jades Iaiinomarj, fragilidad y delicadeza a partes iguales. Sus cabellos, con el esplendor y el brillo de la plata bruñida, caían sobre su pecho y espalda, dispuestos en pequeñísimas trenzas rematadas con cuentas que sonaban como afinados cascabeles cuando se movían. A los lánguidos y palidísimos ojos azules de la princesa de los Lagos se habían dedicado centenares de poemas y canciones, al igual que a sus mejillas rosadas como las flores de manzano, sus coralinos labios o su piel blanca como la luna. En aquella ocasión, la jovencita llevaba uno de sus trajes tradicionales, un vestido en seda salvaje recogido en el hombro derecho, ajustado al cuerpo menos en los bajos y rebosante de pliegues que marcaban sus suaves curvas. Ceñía la sencilla vestimenta un ancho cinturón azul cuyos extremos caían hasta casi tocar el suelo, a juego con las pulseras y brazaletes que la princesa lucía en brazos y tobillos. Era la perfecta imagen de una ninfa del agua, según el muchacho, uno puede deleitarse con su sola presencia.
Ioane se ruborizó más al notar sobre sí la atenta mirada de Shawws, y éste, comprendiendo, se apresuró a mirar hacia otro lado. Conocía a la princesa, y podía decir de ella que era la joven más tímida, educada y vergonzosa de todo su país.
- Hace calor, ¿eh? - Shawws se abanicó con la mano, dispuesto a romper el asfixiante silencio.- ¿Quieres que te suba un helado de la cocina?
- ¿Un qué?- preguntó Ioane, incrédula. El hielo era algo desconocido para ella.
- Un helado.- se apresuró a aclarar su interlocutor.- Lo inventó el año pasado uno de los cocineros. No es más que hielo picado con sirope de frambuesa por encima. ¿Te apetece?
- Si no te molesta, gracias...- respondió ella, que no podía dejar de mirar la emblemática puerta de marfil mientras manoseaba nerviosamente los pececitos plateados de la gargantilla que llevaba al cuello. Shawwshants dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo y suspiró con resignación. Se apresuró a quitarse sus maltratadas zapatillas y, sin que Ioane pudiese mediar palabra, la ayudó a calzar sus blancos pies:
- ¿Qué haces descalza? - pregunta retórica, se amonestó, puesto que los Iaiinommarj siempre van descalzos. Ioane enrojeció como un rubí, abrumada ante la cortesía.- Mira que este suelo es mármol, no madera, y te puedes resfriar... ¿tienes por ahí una horquilla, un broche...?
La princesa movió los labios, confusa, sin dar voz a su pregunta, pero inmediatamente asintió mecánicamente y rebuscó en los pliegues de su cinturón, encontrando una larga aguja de plata rematada en una diminuta rana con dos zafiros como ojos. La escurridiza tela no tardó en perder su complicada compostura y se deslizó peligrosamente sobre el vestido de Ioane, pero ésta se apresuró a ceñírsela de nuevo, haciendo un enrevesado lazo para mantenerla en su sitio. Luego tendió la refinada joya hacia el atrevido muchacho.
- ¿Te... te sirve esto?- tras estudiar brevemente la aguja, él asintió y se encaminó decididamente hacia otra de las puertas del largo pasillo, en dirección contraria a la entrada de marfil. Ioane lo siguió, perpleja. ¿Qué se proponía hacer Shawwshants ahora con aquel objeto?
Doblando la aguja hasta que quedó lo menos parecida posible a lo que era, el joven escrutó con ojo experto la cerradura de esta nueva puerta, que no era de marfil, sino de apreciada y fragante madera de cedro. Introdujo con seguridad la pieza de plata en la cerradura y la giró suavemente. Ioane entendió entonces lo que pretendía, e intentó detenerle agarrándole del brazo y clavándole sus largas uñas lacadas en plata.
- ¿Qué...- escandalizada, Ioane apenas podía dar forma a sus palabras.- qué estás... qué intentas hacer? ¡No podemos entrar ahí!
- ¡Ay, déjame! - contestó él, haciendo un cómico puchero.- ¿Quieres escuchar lo que dicen en esa reunión secreta o no?
Ella titubeó, retirando el brazo, demasiado alterada para sonreír.
- Pero no podemos... ¿y si hay alguien...?
- No hay nadie. - dijo Shawws, que se esforzaba afanosamente para complacer a la dama, como todo un caballero.- Estas habitaciones pertenecen al Ministro de Extranjería, que ahora debe estar en una de sus fincas de verano pasándoselo en grande con su nueva amiguita... mientras su mujer y sus hijos están en casa de sus suegros.-al oír un suave “clic”, el joven sonrió complacido.- Ah, ya está.
La cerradura se rindió con un sordo chasquido. Shawws empujó la puerta, exhibió una sonrisa radiante y le hizo una reverencia a la princesa Iaiinommarj, invitándola a que pasase primero. Ésta dudó y quiso protestar, pero no tuvo fuerzas suficientes para hacerlo. La conversación que estaba teniendo lugar en los aposentos de Vehare de Kennommah le interesaba demasiado para tener escrúpulos, así que avanzó un par de pasos, pero trastabilló ( las zapatillas que tan galantemente le había ofrecido Shawws le venían demasiado grandes, aunque estaban agradablemente tibias ) y estuvo a punto de caer. Su acompañante se apresuró a ofrecerle el brazo para apoyarse y ambos entraron, Ioane, aún impresionada por las declaraciones que había hecho el joven sobre el dueño de las habitaciones de las cuales tomaban posesión furtivamente, y Shawwshants, prometiéndose que el resto de la noche iba a ser interesante.
Encendieron un par de lámparas y la estancia quedó parcialmente iluminada.
- Eso sí, no toques nada. - le advirtió Shawws.- Este hombre es un maniático del orden.- hizo una pausa y estiró los brazos hacia arriba.- Voy a bajar a la cocina de todos modos. Me muero de hambre. ¿Sigues queriendo el helado?
- Sí, Shawwshants, gracias. - la joven se sonrojó de pronto.- Shawwshants...- Ioane se acercó al joven, retorciendo las manos sobre la falda de su vestido.- Siento... siento haberte obligado a hacer esto. Sé que no es adecuado y que estoy comprometiéndote, así que yo... es que... ¡oh, si no fuera por toda esta horrible situación!
- Bah, no pasa nada. Como me aburro, pues no dejo de hacer trastadas, como dice mi padre. No te preocupes.- y volvió a sonreír.- Vuelvo enseguida. Si no voy por algo de comer, los rugidos de mi estómago no te dejarán oír nada.
Ioane sonrió, más tranquila. Shawws se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo ya con el tirador en la mano al darse cuenta de que Ioane comenzaba a entonar las melodiosas frases de uno de sus hechizos. La joven comenzó lo que parecía ser un cántico muy dulce, casi como una nana, y se detuvo de cara a la pared que colindaba con los aposentos del rey Vehare. Una vez allí, juntó las manos elevando una plegaria, las extendió ante sí, separando los dedos, sin llegar a tocar la pared, y la lisa superficie comenzó a oscilar, como si se tratase de espeso líquido. Fluctuó más y más hasta hacerse un gran círculo transparente como el agua de un manantial. La pared se había convertido en agua, que se ondulaba rítmicamente como lo haría cualquier lago de Iaiinommarj a merced de una ligera brisa. Y, gracias al encantamiento, podía verse lo que había al otro lado de la pared, es decir, la selecta reunión de diplomáticos y líderes elfos. Gradualmente, comenzaron a escucharse las voces de los allí presentes, clara y nítidamente. Ioane suspiró, el encantamiento había llegado a su fin y podía relajarse. Y Shawws, maravillado ante aquel espectáculo, salió de los aposentos del Ministro para procurar algo sólido a su enfadado estómago.


- ¿De qué demonios va vestido mi primo? - Shawwshants soltó una carcajada.
Sai Sha llevaba el largo y lacio cabello negro trenzado y recogido con cuentas de madera y plumas de colores. Una túnica verde esmeralda le ceñía el cuerpo, y llevaba al menos dos docenas de collares, brazaletes y pulseras repartidas por toda su fisonomía, que producían un melódico tintineo cuando se movía.
Ioane le recomendó con una mirada que guardara silencio, y la risa murió lentamente en los labios del muchacho.
- Lo que lleva Sai Sha es un traje tradicional Iaiinommarj… bueno, un poco a su manera. - Shawws notó cómo se sonrojaba, pero Ioane no pareció advertirlo, y siseó:- No hables tan alto. Si levantas la voz, nos oirán como nosotros estamos oyéndolos a ellos y no tardarán en descubrirnos.
- Lo siento. - murmuró Shawws, mientras abandonaba su cómodo asiento sobre el diván y se acercaba a la princesa, que estaba sentada en la alfombra con las piernas recogidas bajo el cuerpo, escuchando atentamente la conversación.- ¿Qué dicen? ¿Ocurre algo grave?
A decir verdad, lo que se discutía en aquella selecta reunión le importaba al joven kennommah (que se aburría por instantes) más bien poco, pero Ioane tenía el rostro tan tenso que parecía que iba a enfermar de preocupación. La princesa, trazando en el aire un símbolo con su elegante y delgado índice, hizo que el volumen de la voz de los reunidos en los aposentos del rey Vehare subiera de modo que pudieran escucharlos sin necesidad de estar próximos a las paredes.
- ¡El cerco se estrecha cada día! ¿Cuánto tiempo podremos estar así? - gritó el Ministro de Defensa, descargando el puño contra el brazo de su asiento.- ¡¿Cuánto tiempo permaneceremos enclaustrados en Kennommah, por miedo a que las huestes de ese bastardo nos salten encima?! ¡Tenemos que dejarle bien claro que ya nos hemos cansado de su estúpido juego! ¡Nosotros también tenemos soldados y le demostraremos que sabemos defender lo que es nuestro! - llegado a este punto, el Ministro dirigió una despreciativa mirada a Iolkkar, soberano de los Iaiinommarj, que permanecía firme y silencioso, sentado en el suelo.- Nuestro pueblo está a la sombra de una gran amenaza, hermanos míos. Es más - añadió, tras un momento de reflexión.- nuestro orgullo como raza está en peligro. Por ello, formulo mi voto en favor de...
- Basta, Ministro. No podemos plantearnos ni siquiera la posibilidad de declararle la guerra a Angdor.- sentenció con voz fría otro de los presentes, un Alto General, por lo que dedujo Shawws a la vista de las mangas de su uniforme, repletas de condecoraciones coloridas como un arcoiris.
- Ziarel... – El Ministro de Defensa enrojeció de furia, apretó los puños... y se tragó las palabras.
Ziarel, Alto General del ejército de Kennommah, se levantó de su asiento y, dirigiendo una respetuosa reverencia primero a su rey y luego al soberano de Iaiinommarj, se dispuso a rebatir la fogosa declaración del Ministro de Defensa. Aunque en teoría era éste el dirigente supremo de todas las cuestiones relacionadas con el ejército, todos sabían que en la práctica no era más que un portavoz de las decisiones de los Altos Generales como Ziarel, los verdaderos soportes de la milicia elfa. Así pues, el Alto General, un caballero imponente ataviado con su uniforme de gala, informó de la situación desde el punto de vista militar con brevedad y sin vacilación, diciendo:
- Señores, estamos hablando de un Imperio, quizás el más grande y poderoso de toda la historia del continente. El Ministro habla con un encendido y admirable nacionalismo, pero... Ni siquiera si sumásemos a Iaiinommarj y Geomaani, hermanos, no hay suficientes elfos Jades en este mundo para combatir a Angdor el Exterminador.
Un murmullo sobrecogido tomó forma en el reducido auditorio.
- Caray, la cosa está peor de lo que pensaba.- Shawws se llevó una cucharada vacía a la boca, sin darse cuenta de que lo hacía. Ioane lo miró, afligida.- Si un jefe militar ha dicho eso, debe creer sinceramente que declararle la guerra a los Sarryas es una locura.
- Algo semejante sería poco más que una maniobra suicida, caballeros.- continuó Ziarel, desapasionadamente. Su expresión era tan helada y pétrea como los relieves de mármol que adornaban las paredes.- Tanto si nos gusta como si no, estamos en las manos del Emperador Sarrya, como en su día lo estuvieron nuestros hermanos Iaiinommarj.
Shawwshants oyó cómo se levantaban furibundas protestas entre los nobles (¡Dioses del Taioh! ¡Pero si su padre también estaba allí!), que el Primer Chambelán tardó un buen rato en acallar. Entonces, de su pequeño escabel al lado del rey se levantó lady Favine, que hasta entonces había permanecido silenciosa, escuchando. Los comentarios cesaron en el instante en que la que había sido amante del monarca de Kennommah y su más fiable consejera durante siglos dio un par de pasos hacia el círculo vacío que había en la estancia, y el cual servía como improvisada palestra.
- Hermanos – dijo lady Favine, con una voz cristalina y templada como una espada de hielo.- Si estamos solos es porque nos encerramos demasiado en nosotros mismos. Aliémonos. Los humanos de las regiones del este están tan cansados de los Sarryas como nosotros, pero son muy pocos para combatirlos. Enviemos mensajeros y pactemos alianzas con Entenaka y Mesoane. Sus pueblos también viven con la constante zozobra de los soldados Sarryas acechando en sus fronteras. Nos apoyarán.
Ziarel sonrió cínicamente y movió suavemente la cabeza de derecha a izquierda.
-¿Pactar con humanos, mi señora? Ya lo intentamos otras veces, en otros tiempos, y ¿qué conseguimos? Sólo problemas. Sinceramente, ¿creéis que Entenaka y las regiones de la frontera entrarán en guerra con el Imperio sólo porque nosotros estamos amenazados? Angdor comercia con ellos para abastecer a su pueblo, y es muy generoso. Su oro vale el doble que el nuestro, señora, no podemos competir con eso.
- Nadie pondrá la vida de su pueblo en peligro para ayudarnos.- rezongó uno de los Senadores Magnos, dejándose caer en su butaca con un suspiro.
- ¿Y qué es lo que nos espera si seguimos a merced del capricho del Emperador Angdor?- preguntó lady Favine al auditorio en general, desafiándolos a todos con sus relucientes ojos veteados de oro y plata.- ¡El sometimiento, la esclavitud tal vez...! ¿Es eso lo que esperáis dócilmente, general Ziarel? ¿Es eso lo que deseáis para Kennommah?
- No, mi señora, pero haría falta el poder de un dios para liberar a Kennommah de la amenaza del Imperio Sarrya.- los ojos del elfo eran dos piedras verdes hundidas y sin brillo, pero una aplastante sinceridad era patente en su sombría voz.- Y tanto los demás Altos Generales como yo no somos otra cosa que simples mortales, por mucho que eso nos pese a todos.
Sin embargo, los extraordinarios ojos de la mujer brillaban por la indignación. Ziarel le sostuvo la mirada unos instantes, suspiró y volvió a su asiento sin decir una palabra más. Sabía que aquella siniestra pero veraz declaración suya le costaría el cargo, pero, por muy jefe militar que fuera, las vidas de sus hombres estaban por encima del orgullo de raza o, por lo menos, así le parecía a él.
- Debemos luchar. El general tiene razón, sabemos que son muchos y más fuertes, pero, mis queridos hermanos, más vale morir con honor que vivir deshonrado.
Lady Favine miró con altivez a Iolkkar. Éste soportó su colérica mirada sin un pestañeo, dispuesto a responder a cualquier acusación que la dama quisiera hacerle. Pero ella se limitó a observarle con fijeza y luego volvió a su lugar junto al rey Vehare.
Se hizo el silencio. Todos los kennommahs presentes miraban con recelo al rey de los Iaiinommarj y a su séquito, que permanecían impasibles, silenciosos y rígidos, sin aparentemente afectarles la acalorada discusión.
- ¡Ahora es el mejor momento para ponernos en acción! – tronó de nuevo el ministro de Defensa.- El Emperador Angdor está en alta mar, con el propósito de conquistar las islas del Suroeste. Ahora no es el peligro real, el peligro en carne y hueso, que aguarda en nuestras fronteras, amenazándonos en nuestro propio terreno. Está excesivamente confiado. Podríamos...
- Iolkkar - se alzó por primera vez la voz de Vehare, rey de Kennommah, cansina y sin entonación, para preguntar:- ¿Cuánto de cierto hay en la información de que Angdor está fuera del continente, conquistando las islas...?
Iolkkar, antiguo rey de los Jades Iaiinommarj, alzó la mirada.
- ¿Por qué debería saber más que tú de los movimientos de Angdor, primo? No soy ningún confidente del Emperador, Vehare, como tú y los tuyos os empeñáis en creer. - el monarca de los Jades de las Aguas clavó sus límpidos ojos azules en el rey de Kennommah, retándole con la mirada.- Sí, es cierto, todos lo sabéis... cuando las tropas de Angdor entraron en Ikairad, con él encabezándolas, yo mismo salí a su encuentro y le ofrecí mis dominios, mi corona de rey, mi propio pueblo... si respetaban la paz que manteníamos. Y así fue, hermanos. Los Sarryas entraron en la ciudad en silencio, y los míos los acogieron en sus casas y les ofrecieron todo lo que tenían.
Iolkkar hizo una pausa para poder continuar. El Príncipe del Agua, hijo menor del rey, consejero y representante de éste dada la ancianidad que se apoderaba cada instante de él y que permanecía sentado a su lado, le apretó el hombro para confortarle. El anciano elfo tomó aire y continuó con renovada energía su parlamento:
- Y Angdor mantuvo la palabra que me dio y la ha mantenido hasta el momento. Ni una sola gota de sangre ha manchado el suelo de nuestras ciudades blancas. Sí, es cierto - añadió, pesaroso.- que humillé mi orgullo y perdí a mis hijos, pero a cambio gané a mi pueblo, que aún vive en sus tierras feliz y en paz. Pero no por eso me he convertido en un traidor, Vehare. Yo no espío para Angdor, como él tampoco viene a mí para hablarme de sus planes de conquista.
-¡Pero sí que os entrevistáis con él muy a menudo! – El dirigente del Senado se puso en pie y señaló con un dedo acusador al apacible anciano sentado en la alfombra.- ¿De qué se supone que habláis entonces? ¿Del tiempo?
Unas risillas maliciosas se hicieron eco entre los kennommahs. El Príncipe del Agua, que estaba sentado como los otros Iaiinommarj, con la espalda recta, las manos en el regazo y el peso del cuerpo sobre los tobillos, se levantó en silencio y dirigió una mirada de profundo reproche a Vehare.
- Mi señor Vehare, no voy a tolerar tamaña insolencia.- el joven elfo esperó la respuesta del soberano kennommah, quien asintió pesadamente, dándole la razón y ordenando severamente al Senador que guardara silencio. Sólo entonces, Iolkkar continuó hablando:
- Pues sí, hablamos del tiempo y de otras muchas cosas. Angdor siempre acude a Ikairad cuando necesita relajarse. Yo le ofrezco mi hospitalidad y él, a cambio, respeta el acuerdo entre ambos. Es un hombre de palabra. Y permíteme, mi querido primo - dijo, dirigiéndose a Vehare.- que te dé un consejo: por el bien de tu pueblo, negocia ahora con él antes de que...
- ¿¡Qué?! - bramó entonces Inghamnas Sendaviva, Primer Juez del Tribunal Supremo y padre de Shawwshants, con las mejillas rojas por la ira:- ¡Antes muertos que rendidos! ¡No nos rebajaremos a ser estúpidas marionetas de ese bastardo humano, como vosotros!
Ioane contuvo un sollozo y la magia comenzó a fluctuar, comenzando a desvanecerse. Shawws, que no quería perderse el final de aquel enfrentamiento de colosos - y porque tenía el alma en vilo desde hacía rato - apretó la mano de la princesa entre las suyas, dándole ánimos. La muchacha se secó los ojos con el borde de su vestido y recuperó la serenidad. Tras aquella leve vacilación, el espejo de agua continuó tan transparente y nítido como antes.
- ¡Pensadlo bien, Kennommah! ¡Vuestro pueblo, vuestra tierra agonizará en un mar de sangre! - predijo sombríamente el Príncipe del Agua, con un ligero temblor en sus rosados labios. Entonces, Sai Sha el Adivino volvió la vista hacia él y le contempló con un súbito horror, que pasó por sus ojos como una rápida y agorera sombra, y todo él comenzó a temblar violentamente, presa de un fatal presentimiento.
La reunión de distinguidos diplomáticos se dividió en dos bandos: aquellos que proponían luchar hasta que el último elfo kennommah exhalase su postrer suspiro y los que movían la cabeza en gesto de negativa y pensaban en un acuerdo de paz, pero que no se atrevían a expresarlo en voz alta. Y en medio de aquel fuego cruzado estaban los Iaiinommarj, siendo el blanco de todos los disparos. La ordenada conversación se convirtió entonces en un desordenado guirigay de protestas, amenazas, súplicas y gritos.
Shawwshants miró a Ioane, preocupado. La muchacha manoseaba nerviosamente la gargantilla de pececitos plateados que llevaba al cuello y se había mordido los labios hasta hacerlos sangrar. Sus ojos estaban fijos en el Príncipe del Agua, en aquel joven de pálido cabello rubio y ojos centelleantes, firmes y sinceros.
- Ioane... - la llamó suavemente cuando distinguió un par de brillantes lágrimas rodando por sus tersas mejillas. La princesa volvió el rostro rápidamente, avergonzada por que la hubiera visto llorar, y pestañeó rápidamente para secar las lágrimas.
- Silencio, hermanos. - Vehare se había levantado de su grandiosa silla y miraba al auditorio con los ojos entrecerrados, estudiando todos y cada uno de los rostros presentes. Su escrutinio empezó por el Sumo Sacerdote del templo de Kennomm, siguieron por la Madre Blanca de Imoheri y terminaron en el propio Iolkkar, que lo observaba desde el suelo alzando la cabeza. Inmediatamente, todos volvieron a ocupar sus asientos y de nuevo se hizo un respetuoso silencio en la estancia.
El monarca de Kennommah, que a sus más de mil quinientos años seguía conservando toda la juventud y regio porte de antaño, cerró un instante sus rasgados ojos verdes, abrumado por el dolor y el pesar. Suspiró, y ese suspiro pareció envejecerle de repente. Shawwshants no sabía si todos habían tenido la misma impresión que él, pero hasta que no oyó el abatido suspiro del rey no reparó en las canas plateadas que salpicaban sus lustrosos cabellos rojos, en sus hombros hundidos, en sus manos temblorosas e inseguras... Vehare volvió a suspirar y dirigió una mirada rebosante de tristeza a sus súbditos. A continuación se dejó caer entre los cojines de su regio asiento, diciendo con una voz cavernosa, quebrada por una resignación que resultaba escalofriante:
- Hijos míos, me siento demasiado viejo y cansado para luchar.
Los presentes contuvieron un gemido, y Vehare agachó la cabeza, ocultándose los ojos con las manos. El Primer Chambelán se acercó a su señor, solícito, y le murmuró si necesitaba alguna cosa. Vehare le respondió apenas con un siseo y el sirviente personal del rey anunció:
- Hermanos, su Majestad sufre de una leve indisposición. Os rogaría que postergásemos la reunión para un momento más adecuado.
No tuvo que continuar. Enseguida los diplomáticos, sacerdotes, militares y demás personajes influyentes se levantaron, tragándose más de una maldición, y comenzaron a abandonar la sala tras dedicar rígidas reverencias al rey y a Iolkkar. Una vez que todos los kennommahs hubieron abandonado la sala con un arrastrar de sedas y comentarios, el Chambelán se acercó a Iolkkar, que se levantaba con ayuda del Príncipe del Agua, preguntándole si podía serle de utilidad. El viejo soberano de los Grandes Lagos hizo su consabido gesto con la mano, como si espantara a un insecto molesto, y gruñó algo ininteligible. Saludó con una inclinación de cabeza a su primo kennommah - que no había levantado la vista aún - y susurró con amargura:
- Vehare, va siendo hora de que te asomes a las ventanas de la Torre de Jade y mires lo que ocurre más allá de tu idílico refugio.
- Déjame solo, Iolkkar.- gimió el rey, moviendo la cabeza con desaliento.
Despidió también al Chambelán con un gesto, hasta que al fin, Vehare de Kennommah pudo quedarse solo en sus grandiosas habitaciones.
La magia se desvaneció, y el espejo de agua volvió a ser una simple pared, lisa y fría como una lápida funeraria. Ioane, incorporándose, cogió la copa de cristal con el helado - que no había tocado siquiera y que estaba completamente derretido - y la sostuvo entre sus manos.
-¿Está demasiado viejo y cansado para luchar? ¿Qué significa eso?
-Nada bueno, supongo, - suspiró Shawwshants.- a juzgar por las caras de la mayoría. Pero nuestro rey es así de enigmático, no le des más vueltas. Probablemente, seguiremos como hasta ahora: esperando a que Angdor decida qué hacer con nosotros.
- ¡Ellos son injustos! - exclamó Ioane, rota por el dolor, extendiendo las manos hacia la pared, como si aún pudiese ver a través de ella.- Mi padre hizo lo que juzgó mejor para su pueblo, ¡y ellos lo acusan de traición! ¿Es traición no desear la masacre, el hambre? ¡También pagó un alto precio por su decisión… con la vida de mis hermanos!
Dejándose caer de rodillas en la alfombra, la princesa Iaiinommarj rompió a llorar. Shawwshants se arrodilló junto a ella.
-Los ama tanto, Shawwshants… ¡tanto, que se ha perdido por ello!
Ioane se abrazó al muchacho, sollozando con más fuerza. Y en el mismo instante que el menudo cuerpo de la muchacha Iaiinommarj tocó sus manos, una intensa corriente eléctrica sacudió la mente de Shawwshants. Durante un instante todo ante sus ojos fueron tinieblas, para más tarde disiparse y dar rienda suelta a un torbellino de imágenes cambiantes que giraban y se alternaban a gran velocidad: en ellas veía a Ioane, despidiéndose dramáticamente del joven que había identificado como Príncipe del Agua, su hermano... veía a la muchacha emprender un gran viaje para terminar en compañía de un alto joven, rubio y apuesto, con unos extraños e insondables ojos oscuros, sin pupilas... sintió de repente el golpe de una oscura tristeza, y contempló regiones desconocidas, perfiladas por hileras de puntiagudas montañas nevadas... una realista sensación de melancolía, de nostalgia y de desdicha absoluta, le golpearon el cerebro hasta hacerle perder el aliento.Y vio también aquella sombra negra, amenazadora y terrible, planeando sobre la rubia cabeza de la princesa de las Aguas...
Shawws abrió los ojos, espantado, a punto para contener un grito de terror. Al descubrir a Ioane en sus brazos, aún gimiendo, se estremeció de cabeza a los pies y no tuvo ninguna duda: acababa de ver el triste destino que aguardaba, como una implacable ave de presa, a la joven princesa Iaiinommarj.

sábado, 27 de septiembre de 2008

De piratas y princesas...

DOLL VALLEY SHOP!

Acabamos de terminar uno de los encargos de Doll Valley Shop y éste es el resultado... el conjunto consta de pañuelo para la cabeza, camisa holgada, fajín a juego con el pañuelo y pantalones anchos de tela satinada. Aceptamos encargos de vestidos, conjuntos, faldas, camisetas... sólo consultadnos!



Igualmente, os recuerdo que volvemos a tener disponible el estampado de RAYAS BLANCAS Y NEGRAS!! Y que podéis pedir tanto calcetines, manguitos o gorritos de esa tela para todos los tamaños de kekos.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Nuestra Rendición

He pensado que sería una buena idea volcar también en el blog parte de la que es la historia de mis propios muñecos. La historia empezó hace muchos años, quizá empezó conmigo misma, hace tanto tiempo que apenas me acuerdo. Comenzó con una generación de personajes y ya va por la tercera. Suele pasarme, no soy capaz de deshacerme de ciertas cosas. Ellos han crecido conmigo, han sido compañeros en momentos de tristeza y euforia, y me gustaría compartirlos con vosotros.
Me ha costado muchísimo decidirme a publicarla fuera de mi portátil, pero creo que es hora de que vea la luz. Aquí están mis dioses, mis monstruos, mis princesas y caballeros andantes, mis sacerdotes y mis criaturas de la noche.

*La historia comienza con la rendición de la nación de Iaiinommarj, patria de los elfos (que se denominan jades en algunas ocasiones puesto que no son exactamente elfos en mi mundo) de las Aguas...


El sonido lejano, aunque nítido, que rasgó el aire calmo de la tarde hizo levantar a Irdas la cabeza de la labor que la había mantenido ocupada. Miró en torno a ella y descubrió los mismos semblantes desconcertados, la misma expresión preocupada que ahora aparecía en su pálido rostro, en las caras de sus damas de compañía. Irdas despegó los labios, intentando dar voz a una pregunta, pero nada salió de su garganta, silenciada por un súbito y macabro presentimiento. Presa de un temor creciente, bajó la mirada hasta su regazo y descubrió que sus largos dedos temblaban, crispados, arrugando el tejido y el minucioso bordado que hasta entonces habían dado forma sus hábiles manos.
-Señora…
Irdas alzó la cabeza, exigiendo silencio. Se incorporó del sillón tapizado en azul, su color preferido y el color de las aguas de Iaiinommarj, y se aproximó a la ventana más cercana. El clamor retumbante continuaba expandiéndose, transportado por la brisa, implacable, pero la vista que se disfrutaba desde la sala de costura seguía siendo tan dulce como una canción de cuna: la magnífica extensión de los grandes lagos, que a la luz del crepúsculo se tornaban de un bello tono castaño dorado, salpicados por las casas y torres inmaculadas sobre el agua, que tejían en ésta una complicada maraña de pasillos, puentes y niveles como una intrincada red perlada salpicada de brillantes gotas de agua. Ikairad, la de Nácar, la perla de Iaiinommarj, así la habían llamado los poetas, la ciudad blanca y suave como seda, y orgullo de su pueblo.
La muchacha miró más allá de la nacarada ciudad, hacia el horizonte anaranjado y oro, oteando el cielo en busca de alguna señal. Pero no se alzaban las temidas columnas de humo negro ni el firmamento aparecía teñido de aquel color sangre como aseguraban los peores augurios. Todo a su alrededor continuaba hermoso y sosegado, como las ondas que rizaban el agua de los lagos. El paisaje continuaba teñido de los familiares y tranquilizadores azules y plateados, fieles desafíos al paso del tiempo y a los cambios.
Aunque el inquietante ruido había cesado e Irdas había vuelto a tomar asiento, una intensa sensación de zozobra comenzó a apoderarse de ella. La sospecha de que algo terrible se acercaba no abandonó su pensamiento.


A pesar de que el Gabinete de Protocolo nunca lo había aprobado del todo, Inainn seguía acudiendo puntualmente a su cita en la taberna del Dragón de Plata. Situada en la frontera entre la región de los Grandes Lagos y la comunidad humana de Ther Amadhân, la taberna del Dragón Verde era el lugar de encuentro de los elfos menos conservadores de Iaiinommarj, los que sí creían que habían mundo más allá de sus propias fronteras, y los aventureros humanos que desembarcaban en las aguas de la bella pero funesta bahía de Amadhân y que querían compartir sus historias delante de una buena jarra de cerveza de raíz y un hospitalario fuego. Inainn era reacio a sacrificar sus continuas escapadas en busca de noticias del exterior; aunque fuesen no sólo uno, sino cien Gabinetes protocolarios los encargados de impedírselo, no hubiera dejado de acudir a aquel pintoresco y acogedor lugar. Así que de nuevo estaba allí, en la mesa de costumbre, compartiendo conversación y risas con un grupo de parroquianos habituales.
-¡Trae otra ronda, muchacha! –tronó de súbito Gonmar, marinero de profesión, después de una sonora carcajada.- ¡Que no falte la cerveza en esta mesa! Nuestro joven príncipe tiene que acostumbrarse a beber. ¡Después del matrimonio, amigo, es eso lo que te queda! ¡El trabajo y la cerveza!
Los demás compañeros que compartían la mesa se echaron a reír ruidosamente mientras Inainn se sonrojaba un poco. De todos era ya bien sabido la noticia de su próximo compromiso, pero por muy liberal que se considerase, seguía siendo un elfo, es decir, para nada dado a airear sus asuntos privados. Delia, la camarera de la taberna, una exuberante muchacha humana de tez morena y ojos vivaces, acudió presta con cuatro pintas de la espumeante cerveza de la casa, y guiñando un ojo al joven elfo, contestó pícaramente:
-Una mujer lista sabrá mantener a su esposo bajo las sábanas, y no en la mesa de una taberna.- se acercó a Gonmar para pellizcarle una mejilla y reprenderle:- Pero como todo el mundo sabe, la mujer de Gonmar no era demasiado inteligente…
Un nuevo coro de risas. Gonmar, avergonzado, se rascó su cabeza calva surcada de cicatrices y admitió:
-Por cierto, y ¡que los demonios me lleven! Era un poco burra, que los dioses la tengan bajo su amparo…
Inainn apartó un poco de sí la jarra de barro que Delia le había puesto delante. Una pinta era su límite, y ya sabía por experiencia que para los elfos Jades como él, nada tolerantes con el alcohol, rebasarlo era más bien desagradable, sobre todo a la mañana siguiente. No quería ganarse una reprimenda cuando regresara a la Torre de Nácar.
De repente, un rumor de tambores redoblando estremeció la taberna del Dragón de Plata. Aún sonaba distante, pero su contundencia hizo temblar levemente el suelo, e incluso la talla con forma de Dragón que presidía el local y que era su amuleto para atraer la buena suerte. Silenció la amigable charla de los variopintos clientes, que comenzaron a cruzar las primeras miradas temerosas. Delia quedó como petrificada frotando una jarra de vidrio en la mano, atenta a la amenazante melodía, y Alvar, dueño del establecimiento, que apenas si había aparecido por la puerta quejándose como siempre de la humedad y del repentino calor primaveral, se detuvo antes de llegar a la barra de roble aguzando el oído.
Aquel forzado silencio se alargó todo lo que el fantasmal redoble de tambores. Cuando cesó, los parroquianos parecieron volver a la vida, pero una vida en la que la alegría y las risas eran sustituidas por miedo y desconfianza. Los humanos se miraron entre ellos, y también entre ellos se miraron los pocos elfos del local; pero sobre todo, los ojos de los Iaiinommarj se centraron en su príncipe, que había palidecido más allá de su alabastrina tez, y cuya mirada seguía fija en la maciza puerta oscura que separaba la taberna del Dragón de Plata del exterior. Se alzaron murmullos, susurros que no deseaban alzar la voz por temor a acercar alguna invisible amenaza, una amenaza de la que todos tenían noticia pero que nadie se atrevía a mencionar, ni siquiera los hombres de mar más avezados, curtidos en mil y un peligros.
-He oído… dicen que están muy cerca. Que avanzan arrasando la vida a su paso…- susurró uno de los marineros, con los ojos desencajados por un espanto repentino y muy real.
-El mundo habla… se han aliado con las fuerzas de la oscuridad, con los demonios del Naioh… y no hay fuerza terrena que pueda contenerles. –uno de los elfos de Iaiinommarj, blanco como la sal, fijó su mirada impregnada de terror en Inainn, y sus compañeros de mesa asintieron gravemente.
-Vienen hacia aquí.- le completó otro humano, que tenía una larga y rala barba.- En Ther Amadhân ya ha comenzado el exilio. Nadie quiere estar presente cuando entren… ¡porque no dejarán a nadie con vida para que pueda dar testimonio de sus atrocidades!
-Su emperador ansía sangre…- con un ligero temblor en sus labios de color rojo, Delia se acercó a la mesa del príncipe elfo y sin apartar la vista de la puerta, dijo:- Sus ojos son como el hielo y su brazo es implacable, eso dicen los que lo han visto. ¿Sabéis cuál es su nombre? Su nombre es Angdor… Angdor el Exterminador. Así le han llamado en las regiones del Norte. El Exterminador.
El joven Inainn sintió cómo un fuerte escalofrío le recorría la espina dorsal, desde la base del cuello hasta el final de la espalda. Miró el coro de los antes despreocupados parroquianos de la taberna del Dragón de Plata, y en el fondo de todos los ojos sólo encontró una cosa: miedo. Miedo a algo que ya tenía nombre.
-¡Venga, hermanos! –de nuevo la cascada voz de Gonmar se alzó en la concurrida taberna, jovial.- No es la primera vez que escuchamos esos malditos tambores, ¡hace semanas que los oímos! Al paso que marchan las tropas de ese emperador Comosellame, muchos de nosotros ya habremos muerto antes de que lleguen. Así que, ¿por qué preocuparse?
Unas tímidas risillas afloraron en las mesas del fondo. Consciente de su poder para deshacer aquella asfixiante sensación de terror que se había apoderado del local, el viejo marino continuó con su chanza, asegurando:
-¡Viven los dioses! ¡Y si alguna vez ese Angdor es capaz de llegar, os aseguro que yo mismo me encargaré de mandarle de vuelta a Sárima de una buena patada en el trasero!
La carcajada fue general. Pero en la mente de Inainn, incapaz de reírse, seguían retumbando los tambores de guerra de Angdor el Exterminador.


-Han llegado, mi señor. Están aquí, aguardan en las puertas de la ciudad. El… el emperador Angdor pide audiencia con vos… Inmediatamente.
Al no obtener respuesta, el mayordomo, frotándose las manos nerviosamente, preguntó casi en un sollozo:
-¿Qué vamos a hacer, mi señor Iolkkar?
El monarca de Ikairad, capital de la Región Jades de los Grandes Lagos, hizo un gesto como si espantara una mosca para que su mayordomo se marchara y continuó disfrutando tanto de la acariciadora y fragante brisa, como del paisaje que le ofrecía el balcón abierto. Iolkkar se apoyó en la fría balaustrada de nácar y plata, decorada con enrevesados arabescos y poemas en su lengua, y suspiró mientras dejaba que el viento le peinara los blancos cabellos.
Los dioses amaban Iaiinommarj, su país. De no ser por aquella arraigada convicción, Iolkkar no hubiese tenido explicación para asegurar que la vida en su nación era tan buena como podía ser la vida. Las extensiones de agua sin fin, el agua, que derramaba sus dones sobre su gente y les había otorgado incluso su apariencia pálida y hermosa; los blancos paisajes, que podían rivalizar en brillo y belleza con la misma luna, pero sobre todo, aquella bendita paz… la paz que día tras día agradecían fervorosamente a Iannomm, espíritu protector de aquellas aguas, y a Khar Amros, dios elemental que protegía todo lo que tuviera que ver con el líquido vital, incluidos a ellos.
Y ahora, su bella naturaleza, sus fértiles orillas, sus gentes alegres y soñadoras, todo ello estaba en peligro. Y el peligro, con su nombre y su rostro, había ido a llamar a la puerta de su ciudad. Iolkkar perdió la mirada en una de las múltiples escenas que podía contemplar desde el privilegiado balcón de su palacio: Una joven madre, alta y blanca como flores de algodón, sentada en la terraza de su casa, acunaba entre sus brazos a un bebé regordete y rosado mientras su dulce voz entonaba la nana de las Estrellas, una de las canciones populares del repertorio de los elfos Iaiinommarj. A pesar de que la imagen no podía ser más reconfortante, Iolkkar se apartó del balcón poseído por una extraña sensación de desasosiego. Un nombre. Un rostro. “El emperador Angdor exige veros. Inmediatamente”. Se sintió mareado y cayó de rodillas, agarrado aún a la nívea balaustrada. La madre y su hijo, la nana de las Estrellas…
Y lo vio. Iolkkar maldecía al espíritu demoníaco que le había dotado de aquel don condenado por los dioses. Vio su balcón derretido por el fuego, vio la extensión de agua sagrada profanada por barcos negros que llevaban arietes adornados con cabezas de machos cabríos y ojos como ascuas, contempló el desgarro de los puentes blancos, de los pasillos y escalas de plata, olió la sangre de su pueblo, percibió el humo, vio el cielo de color rojo, como le aseguraban los adivinos, que parecía querer desplomarse sobre su anciana y cansada persona. El fuego y la sangre poseían a sus ciudades blancas y vírgenes, las violaban como los entes depravados que eran y las convertían en un carbón vivo y ardiente, que se consumía en medio del dolor y la desolación. Sus ciudades de nieve, sus aguas sagradas, reducidas a ceniza y escombros.
-¡Han llegado! –en sus aposentos irrumpieron sus dos hijos mayores, los gemelos Irdas y Inainn, príncipes de las Aguas, que iban a sufrir el mismo destino que todo a su alrededor. Iban ataviados con sus armaduras de guerra, unas armaduras tan antiguas que muchos ya habían olvidado, y que sin embargo lanzaban destellos adamantinos, reflejando la cólera que impregnaba las pupilas de los príncipes.
Irdas se adelantó, recogiendo los faldones azules de su traje bajo todo el metal de la guerra, y le ayudó a incorporarse. Le miró con sus enormes ojos azul celeste de forma interrogante, pero Iolkkar desvió la vista y se incorporó apoyado en su brazo. Miró a ambos. En sus miradas no había vacilación alguna ante el enemigo, no había temor a la sangre, a la destrucción y al fuego. Sólo había el empuje y la determinación inconsciente de la juventud.
-Debemos ir, padre. – afirmó Inainn, secundado por su gemela. Iolkkar se volvió hacia su hija y acarició sus doradas y largas trenzas, y apretó la mano de su hijo.
-Padre.- susurró Irdas, que con la suspicacia de su feminidad intuía algo extraño en su padre y rey, algo profundo, algo doloroso y desconcertante tan importante para el destino de la nación como lo era aquel maldito humano a las puertas de Ikairad.
Sin embargo, Iolkkar levantó la vista y hubo en sus ojos gris pálido aquel resplandor del joven rey de antaño que había conquistado la paz para los suyos. Los jóvenes príncipes, alentados de nuevo porque su rey volvía a ser el de siempre, sonrieron y se miraron uno a otro, esperanzados.
-Vamos ya.


Los diplomáticos elfos y el resto del séquito del rey contuvieron el aliento al ver entrar al Emperador Angdor. Ther Amadhân había caído hacía tan solo un par de días, a costa de numerosas vidas de sus arrojados habitantes. Por la ciudad de Ikairad corría el rumor de que en la costa seguían anclados los barcos negros, aunque otros decían que el emperador los había retirado, convencido de que la conquista de Iaiinommarj no necesitaría siquiera el apoyo de la flota. Escuchando el chisme y ante semejante despliegue de vanidad, los elfos mostraban siempre una sonrisilla nerviosa, puesto que siendo como era Iaiinommarj nación de lagos, ¿cómo podía siquiera imaginar el emperador humano que podría ganarse sin barcos? Siguieron tachando de presuntuoso al belicoso soberano hasta que por los balcones de la Torre de Nácar pudieron ver tres de sus fúnebres embarcaciones, transportadas por decenas de caballos, a las puertas de la ciudad blanca de Ikairad, esperando para corromper con su negrura y maldad las límpidas aguas de la nación entera.
Iolkkar sólo frunció levemente las cejas al percibir cuánta malicia y resentimiento anidaban en el corazón del emperador humano. Éste, completamente solo, sin compañía de séquito o consejero alguno, avanzó con firmeza por el pulido suelo de la sala de Audiencias de la Torre, imponente con su estatura y porte. Angdor, como todos los nativos de su tierra, Sárima, los llamados sarryas, era alto y macizo como un viejo roble, de tez morena y cabellos oscuros como la obsidiana. Una característica que le había hecho destacar entre sus propios hermanos de raza era el excepcional color de sus ojos, de un azul frío como las desiertas llanuras de la inhóspita Herkyon. Unos ojos rebosantes de fuerza, pero también de crueldad, punzantes como mil alfileres. Unos ojos que ya se habían posado indolentemente sobre los altos cargos de la Corte de Iaiinommarj y que habían hecho bajar más de una cabeza.
Angdor se detuvo a escasos pasos del rey, a una distancia que los integrantes del Gabinete de Protocolo hubiesen juzgado como insultantemente próxima, pero no pareció importarle tomarse tal confianza. Sus ojos de mirada gélida taladraron durante unos instantes los del anciano elfo, que permanecían serenos, aunque cansados. Después de unos segundos de profundo escrutinio, una voz áspera como lija para los oídos Iaiinommarj se alzó en la Torre Nacarada, para anunciar en un burdo élfico:
-Tenéis dos días para rendir Iaiinommarj, rey Iolkkar, o me encargaré personalmente de que no quede ni un súbdito vuestro con vida para apoyaros en lo que os resta de vejez.
Un murmullo que era tanto de asombro como de indignación se levantó entre los integrantes del séquito real mientras el monarca elfo cerraba los ojos lentamente. Que exigiese la rendición de la nación era un escándalo, pero que se atreviese a hacerlo en su musical idioma lo era aún más. Los príncipes del Agua intercambiaron miradas y apretaron los puños, conscientes de que el enfrentamiento con los guerreros sarryas era ya una dolorosa realidad. Inainn, entrecerrando los ojos, contestó al rey humano:
-¡Bárbaro! ¿Cómo te atreves a exigir nuestra rendición? ¡Tu soberbia roza el límite de lo absurdo!
Una leve sonrisa curvó los labios del humano, que se cruzó de brazos sobre sus ropajes de terciopelo y pieles, en silencio, aguardando la respuesta del rey.
Todas las miradas, asustadas o no, de los elfos de las aguas convergieron en su soberano, que continuaba con los ojos cerrados y apoyado en su cayado blanco. Parecía más anciano y agotado que nunca, pero al abrir los ojos, éstos eran de un gris tan intenso que parecían irradiar luz propia, y estaban rebosantes de fuerza. Los príncipes de Iaiinommarj enlazaron sus manos y contemplaron con orgullo a su progenitor, pero la pose fuerte y decidida de Iolkkar sólo fue una ilusión. En un instante, los ojos del soberano elfo perdieron el brillo que los había animado y parecieron más viejos que nunca. Todo su cuerpo pareció sumirse en una súbita y decrépita ancianidad cuando habló, y sus palabras fueron como mazazos orcos en los oídos de sus hijos.
-Dos días sobran, rey Angdor, para nuestra rendición. Mi pueblo es ahora el vuestro si así lo deseáis, pero sólo bajo el firme juramento de que ni vos ni ninguno de vuestros hombres derramará una sola gota de sangre en este suelo blanco. Jurádmelo por vuestra vida, y hoy seréis soberano de Iaiinommarj.
Sus palabras habían sido pronunciadas con una decisión tal, que los ojos del más cruel de los emperadores se abrieron con asombro. La ira y la rabia crisparon las manos de Inainn y derrotaron el ánimo de Irdas, que se desplomó en el suelo presa de un histérico llanto. Los lamentos no tardaron en oírse en el séquito, pero Iolkkar continuaba rígido como una estatua, clavando sus ojos en Angdor, esperando. Tras un severo cruce de miradas, la fuerza abandonó al anciano rey. Cayó de rodillas al suelo de alabastro y se cubrió el rostro con una mano, para poder ocultar su vergüenza.
Sin embargo, Angdor salvó la breve distancia que le separaba del anciano y él mismo lo alzó del suelo, apretándole las manos, sinceramente admirado por el coraje, la entereza y el amor a su pueblo que demostraba aquel vejado rey, del que había oído tantas historias. Mientras su morena mano de humano asía el frágil cuerpo de Iolkkar, Angdor le miró con sus extraordinarios ojos, prometiéndole:
-Os juro que esta nación que tanto amáis permanecerá inmaculada. Por mi corona de rey que así ha de ser, Iolkkar.
Unas lágrimas calientes como arena del desierto anegaban los ojos del viejo rey. Devolvió el apretón al humano, diciéndole con mal reprimida angustia:
-Ahora mis hijos son los vuestros. Tratadlos como tal.
Los integrantes del séquito arrebataron de las manos del emperador de Sárima al rey, que lograba mantenerse en pie a duras penas. Los príncipes del Agua se mantuvieron a distancia de Iolkkar, reprochándole tan duramente su modo de actuar que el viejo soberano de Iaiinommarj lo confirmó en sus miradas coléricas y resentidas: Siempre le había perdido el amor.


La voz más bella de la ciudad entonaba un canto fúnebre. Iolkkar, entre gritos de desesperación, dejó ir a sus hijos en hermosas barcas blancas, gemelas, cubiertas de flores. Ambos habían optado, tras la humillación que les había supuesto como únicos guerreros de la tradición Iaiinommarj la rendición completa y absoluta de la nación, por el suicidio ritual de los antiguos, y se habían cercenado las muñecas con cuchillos de plata para manchar con su sangre real las límpidas aguas del gran lago y maldecir Ikairad para siempre. Después se habían arrojado, juntos, inocentes y desnudos como salieron del vientre de su madre, al lago, para dejar que las aguas les meciesen hasta la muerte. Iolkkar sentía que enloquecía mientras los brazos de sus dos hijos menores le apartaban de aquellos cuerpos amados y traicionados, que iban a convertirse en ofrenda para el espíritu de Iannomm, protector de las aguas. Iolkkar le maldijo a gritos. Y lo que aconteció tras ese día, mientras se derrumbaba en brazos de sus vástagos loco por el dolor, nunca pudo superar la muralla de melancolía que se apoderó de él y le consumió hasta el final de sus días.


Y empezamoooos!!


Bueno!! Pues aquí arranca el blog de mi pequeño proyecto, Doll Valley Shop. La idea principal es dar un lugar propio fuera de los foros tematizados a esta tienda de ropa, accesorios y también al reciente servicio de customizaciones para BJD que nació con muchísima ilusión hace ya un año. Aún soy una novata en esto y aunque las ganas no faltan, en las primeras entradas va a notarse la falta de práctica... En fin, un poco de paciencia y mucho entrenamiento! ^_^
Y gracias mamá, porque sin ti no hay tienda, ni ropa, ni nada que merezca la pena.