jueves, 2 de octubre de 2008

...Y de cómo se rindió Kennommah

Ioane se acercó a la maciza puerta de marfil conteniendo un suspiro. El pasillo que quedaba a sus espaldas estaba sombrío como la entrada de una gruta, salvo por los tímidos orbes de luz mágica, los “vigilantes”, como popularmente se conocía a estos ingenios, que derramaban su mortecino resplandor y disipaban un tanto las profundas tinieblas. Giró la cabeza de derecha a izquierda, asegurándose de que continuaba a solas, y apretó sus delicados labios, decidida.
La joven, temerosa, alzó su blanca mano hasta posarla en la fría y brillante superficie de la lujosa puerta. Al instante la retiró, tan rápido como le fue posible, dudando. Recogió los pliegues de su albo vestido y, con una honda inspiración, se infundió valor a sí misma en unas quedas palabras. Iba ya a acercar el rostro al ojo de la cerradura dorada, por el que podía distinguir el ambarino resplandor que bañaba el interior de la estancia, cuando algo o alguien al que no había oído llegar le presionó suavemente a ambos lados de la cintura, logrando que diera un brinco.
Ioane se llevó la mano a los labios, conteniendo un grito. El tenebroso ambiente nocturno de la Torre de Jade ya tenía la facultad de sobresaltarla por sí solo, por lo que si el dichoso entrometido se proponía asustarla, lo había conseguido en demasía. La muchacha volvió la cabeza, frunciendo las plateadas cejas con enfado, pero al descubrir al autor de la irritante broma, su gesto se fue desvaneciendo hasta convertirse en una sonrisa.
- ¡ Ioane! - dijo el bromista con sincera alegría, tomándola de la mano y apretándola entre las suyas. Iba vestido con una camisa de dormir azul oscuro que le llegaba hasta los tobillos, bordada con pequeñas estrellas fugaces doradas. La la hermosura de su rostro resultaba radiante, mucho más luminosa que cualquiera de los vigilantes suspendidos del techo.- ¡Qué guapa estás, y qué alta! Hacía años que no te veía por aquí, ¿cuándo has llegado?
Pero ella, aunque sonrojada de puro placer, le recomendó con un gesto que guardara silencio, arrastrándolo lejos de la artística puerta de marfil. Cuando juzgó que ya estaban lo suficientemente apartados, susurró:
- ¡Shawwshants! ¡Me has dado un susto de muerte, tonto! - le acusó con una sonrisa bailándole en sus ojos azul pálido, pero su tono de reproche era agradable. Al instante bajó la mirada, avergonzada por su poco discreta actitud, pero no pudo evitar preguntar, un poco dolida: - Estoy en la Torre de Jade desde hace tres días, ¿es que no lo sabías?
- He llegado de Kenneihara hace un rato.- el muchacho dio un sonoro bostezo.- Tenía hambre y bajaba a ver si podía encontrar algo comestible en la cocina a estas horas.
Al joven no le pasaron desapercibidas las furtivas miradas que Ioane dirigía a la gigantesca puerta tallada que había dejado atrás, pero continuó hablando, en voz baja:
- Has venido con tu padre, ¿no? Caramba, nunca creí que vería de nuevo en la Torre de Jade al rey de Iaiinommarj después de que...
- ¡Sssh, calla o nos van a oír!
Él hizo un exagerado gesto de sorpresa, abriendo mucho los ojos y la boca, y señaló la puerta de marfil.
- ¡Oooh! ¡Estabas espiando!
Ioane se ruborizó intensamente mientras intentaba disculparse:
- No, no...- negó con la cabeza, y las cuentas con las que adornaba el exótico y complicado trenzado de su cabello tintinearon como diminutas campanitas. Agarró las numerosas piezas de lapislázuli, cristal y plata, que le caían sobre el pecho, amortiguando el sonido.- No, no estaba espiando... lo que hacía era...
- Escuchar a escondidas, que es lo mismo.- Shawwshants se volvió para echar un vistazo a la puerta cerrada, por la que se filtraba un leve haz de luz.- Déjame adivinarlo.¿Está tu padre ahí, con el rey?
La jovencita suspiró con abatimiento.
- No sólo están ellos. Con nosotros han venido algunos de nuestros diplomáticos más importantes, y todos están reunidos en un consejo de alto secreto. No, no me preguntes cómo lo sé. Incluso le han pedido que esté presente a ese tal Sai Sha... ¿no es primo tuyo, Shawwshants?
- Sí, es primo mío.- el muchacho hizo una mueca de disgusto y se alisó los largos rizos dorados con la mano, refunfuñando:- Sai Sha está aquí, vaya. Nuestro rey ha sido un supersticioso toda la vida, pero si yo fuera él, no pondría mi fe en Don Soberbio...
A Shawwshants no le agradaba demasiado Sai Sha, y tenía constancia de que el sentimiento era mutuo. Pero su primo, por parte de padre, era uno de los clarividentes más respetados e importantes de toda la nación de Kennommah y mucho más allá del límite que marcaban sus fronteras. Por lo que, según el muchacho, se había convertido en “un niñato engreído que se da demasiados humos para ser poco más que un charlatán de feria”. Shawwshants resopló con fastidio. En cuanto terminasen aquellas clandestinas reuniones ya se veía haciendo de escolta para su insoportable primito.
Todavía lamentándose por lo que ya no tenía remedio, el joven kennommah se volvió para mirar a Ioane, a la que encontró con la vista prendida en él. Shawws sonrió, y la joven se apresuró a desviar la mirada, velando sus bellísimos ojos tras la tupida cortina de sus plateadas pestañas. Allí estaba Ioane, la princesa menor –y después de lo ocurrido a los gemelos, la única - de los Jades Iaiinomarj, fragilidad y delicadeza a partes iguales. Sus cabellos, con el esplendor y el brillo de la plata bruñida, caían sobre su pecho y espalda, dispuestos en pequeñísimas trenzas rematadas con cuentas que sonaban como afinados cascabeles cuando se movían. A los lánguidos y palidísimos ojos azules de la princesa de los Lagos se habían dedicado centenares de poemas y canciones, al igual que a sus mejillas rosadas como las flores de manzano, sus coralinos labios o su piel blanca como la luna. En aquella ocasión, la jovencita llevaba uno de sus trajes tradicionales, un vestido en seda salvaje recogido en el hombro derecho, ajustado al cuerpo menos en los bajos y rebosante de pliegues que marcaban sus suaves curvas. Ceñía la sencilla vestimenta un ancho cinturón azul cuyos extremos caían hasta casi tocar el suelo, a juego con las pulseras y brazaletes que la princesa lucía en brazos y tobillos. Era la perfecta imagen de una ninfa del agua, según el muchacho, uno puede deleitarse con su sola presencia.
Ioane se ruborizó más al notar sobre sí la atenta mirada de Shawws, y éste, comprendiendo, se apresuró a mirar hacia otro lado. Conocía a la princesa, y podía decir de ella que era la joven más tímida, educada y vergonzosa de todo su país.
- Hace calor, ¿eh? - Shawws se abanicó con la mano, dispuesto a romper el asfixiante silencio.- ¿Quieres que te suba un helado de la cocina?
- ¿Un qué?- preguntó Ioane, incrédula. El hielo era algo desconocido para ella.
- Un helado.- se apresuró a aclarar su interlocutor.- Lo inventó el año pasado uno de los cocineros. No es más que hielo picado con sirope de frambuesa por encima. ¿Te apetece?
- Si no te molesta, gracias...- respondió ella, que no podía dejar de mirar la emblemática puerta de marfil mientras manoseaba nerviosamente los pececitos plateados de la gargantilla que llevaba al cuello. Shawwshants dejó caer los brazos a lo largo del cuerpo y suspiró con resignación. Se apresuró a quitarse sus maltratadas zapatillas y, sin que Ioane pudiese mediar palabra, la ayudó a calzar sus blancos pies:
- ¿Qué haces descalza? - pregunta retórica, se amonestó, puesto que los Iaiinommarj siempre van descalzos. Ioane enrojeció como un rubí, abrumada ante la cortesía.- Mira que este suelo es mármol, no madera, y te puedes resfriar... ¿tienes por ahí una horquilla, un broche...?
La princesa movió los labios, confusa, sin dar voz a su pregunta, pero inmediatamente asintió mecánicamente y rebuscó en los pliegues de su cinturón, encontrando una larga aguja de plata rematada en una diminuta rana con dos zafiros como ojos. La escurridiza tela no tardó en perder su complicada compostura y se deslizó peligrosamente sobre el vestido de Ioane, pero ésta se apresuró a ceñírsela de nuevo, haciendo un enrevesado lazo para mantenerla en su sitio. Luego tendió la refinada joya hacia el atrevido muchacho.
- ¿Te... te sirve esto?- tras estudiar brevemente la aguja, él asintió y se encaminó decididamente hacia otra de las puertas del largo pasillo, en dirección contraria a la entrada de marfil. Ioane lo siguió, perpleja. ¿Qué se proponía hacer Shawwshants ahora con aquel objeto?
Doblando la aguja hasta que quedó lo menos parecida posible a lo que era, el joven escrutó con ojo experto la cerradura de esta nueva puerta, que no era de marfil, sino de apreciada y fragante madera de cedro. Introdujo con seguridad la pieza de plata en la cerradura y la giró suavemente. Ioane entendió entonces lo que pretendía, e intentó detenerle agarrándole del brazo y clavándole sus largas uñas lacadas en plata.
- ¿Qué...- escandalizada, Ioane apenas podía dar forma a sus palabras.- qué estás... qué intentas hacer? ¡No podemos entrar ahí!
- ¡Ay, déjame! - contestó él, haciendo un cómico puchero.- ¿Quieres escuchar lo que dicen en esa reunión secreta o no?
Ella titubeó, retirando el brazo, demasiado alterada para sonreír.
- Pero no podemos... ¿y si hay alguien...?
- No hay nadie. - dijo Shawws, que se esforzaba afanosamente para complacer a la dama, como todo un caballero.- Estas habitaciones pertenecen al Ministro de Extranjería, que ahora debe estar en una de sus fincas de verano pasándoselo en grande con su nueva amiguita... mientras su mujer y sus hijos están en casa de sus suegros.-al oír un suave “clic”, el joven sonrió complacido.- Ah, ya está.
La cerradura se rindió con un sordo chasquido. Shawws empujó la puerta, exhibió una sonrisa radiante y le hizo una reverencia a la princesa Iaiinommarj, invitándola a que pasase primero. Ésta dudó y quiso protestar, pero no tuvo fuerzas suficientes para hacerlo. La conversación que estaba teniendo lugar en los aposentos de Vehare de Kennommah le interesaba demasiado para tener escrúpulos, así que avanzó un par de pasos, pero trastabilló ( las zapatillas que tan galantemente le había ofrecido Shawws le venían demasiado grandes, aunque estaban agradablemente tibias ) y estuvo a punto de caer. Su acompañante se apresuró a ofrecerle el brazo para apoyarse y ambos entraron, Ioane, aún impresionada por las declaraciones que había hecho el joven sobre el dueño de las habitaciones de las cuales tomaban posesión furtivamente, y Shawwshants, prometiéndose que el resto de la noche iba a ser interesante.
Encendieron un par de lámparas y la estancia quedó parcialmente iluminada.
- Eso sí, no toques nada. - le advirtió Shawws.- Este hombre es un maniático del orden.- hizo una pausa y estiró los brazos hacia arriba.- Voy a bajar a la cocina de todos modos. Me muero de hambre. ¿Sigues queriendo el helado?
- Sí, Shawwshants, gracias. - la joven se sonrojó de pronto.- Shawwshants...- Ioane se acercó al joven, retorciendo las manos sobre la falda de su vestido.- Siento... siento haberte obligado a hacer esto. Sé que no es adecuado y que estoy comprometiéndote, así que yo... es que... ¡oh, si no fuera por toda esta horrible situación!
- Bah, no pasa nada. Como me aburro, pues no dejo de hacer trastadas, como dice mi padre. No te preocupes.- y volvió a sonreír.- Vuelvo enseguida. Si no voy por algo de comer, los rugidos de mi estómago no te dejarán oír nada.
Ioane sonrió, más tranquila. Shawws se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo ya con el tirador en la mano al darse cuenta de que Ioane comenzaba a entonar las melodiosas frases de uno de sus hechizos. La joven comenzó lo que parecía ser un cántico muy dulce, casi como una nana, y se detuvo de cara a la pared que colindaba con los aposentos del rey Vehare. Una vez allí, juntó las manos elevando una plegaria, las extendió ante sí, separando los dedos, sin llegar a tocar la pared, y la lisa superficie comenzó a oscilar, como si se tratase de espeso líquido. Fluctuó más y más hasta hacerse un gran círculo transparente como el agua de un manantial. La pared se había convertido en agua, que se ondulaba rítmicamente como lo haría cualquier lago de Iaiinommarj a merced de una ligera brisa. Y, gracias al encantamiento, podía verse lo que había al otro lado de la pared, es decir, la selecta reunión de diplomáticos y líderes elfos. Gradualmente, comenzaron a escucharse las voces de los allí presentes, clara y nítidamente. Ioane suspiró, el encantamiento había llegado a su fin y podía relajarse. Y Shawws, maravillado ante aquel espectáculo, salió de los aposentos del Ministro para procurar algo sólido a su enfadado estómago.


- ¿De qué demonios va vestido mi primo? - Shawwshants soltó una carcajada.
Sai Sha llevaba el largo y lacio cabello negro trenzado y recogido con cuentas de madera y plumas de colores. Una túnica verde esmeralda le ceñía el cuerpo, y llevaba al menos dos docenas de collares, brazaletes y pulseras repartidas por toda su fisonomía, que producían un melódico tintineo cuando se movía.
Ioane le recomendó con una mirada que guardara silencio, y la risa murió lentamente en los labios del muchacho.
- Lo que lleva Sai Sha es un traje tradicional Iaiinommarj… bueno, un poco a su manera. - Shawws notó cómo se sonrojaba, pero Ioane no pareció advertirlo, y siseó:- No hables tan alto. Si levantas la voz, nos oirán como nosotros estamos oyéndolos a ellos y no tardarán en descubrirnos.
- Lo siento. - murmuró Shawws, mientras abandonaba su cómodo asiento sobre el diván y se acercaba a la princesa, que estaba sentada en la alfombra con las piernas recogidas bajo el cuerpo, escuchando atentamente la conversación.- ¿Qué dicen? ¿Ocurre algo grave?
A decir verdad, lo que se discutía en aquella selecta reunión le importaba al joven kennommah (que se aburría por instantes) más bien poco, pero Ioane tenía el rostro tan tenso que parecía que iba a enfermar de preocupación. La princesa, trazando en el aire un símbolo con su elegante y delgado índice, hizo que el volumen de la voz de los reunidos en los aposentos del rey Vehare subiera de modo que pudieran escucharlos sin necesidad de estar próximos a las paredes.
- ¡El cerco se estrecha cada día! ¿Cuánto tiempo podremos estar así? - gritó el Ministro de Defensa, descargando el puño contra el brazo de su asiento.- ¡¿Cuánto tiempo permaneceremos enclaustrados en Kennommah, por miedo a que las huestes de ese bastardo nos salten encima?! ¡Tenemos que dejarle bien claro que ya nos hemos cansado de su estúpido juego! ¡Nosotros también tenemos soldados y le demostraremos que sabemos defender lo que es nuestro! - llegado a este punto, el Ministro dirigió una despreciativa mirada a Iolkkar, soberano de los Iaiinommarj, que permanecía firme y silencioso, sentado en el suelo.- Nuestro pueblo está a la sombra de una gran amenaza, hermanos míos. Es más - añadió, tras un momento de reflexión.- nuestro orgullo como raza está en peligro. Por ello, formulo mi voto en favor de...
- Basta, Ministro. No podemos plantearnos ni siquiera la posibilidad de declararle la guerra a Angdor.- sentenció con voz fría otro de los presentes, un Alto General, por lo que dedujo Shawws a la vista de las mangas de su uniforme, repletas de condecoraciones coloridas como un arcoiris.
- Ziarel... – El Ministro de Defensa enrojeció de furia, apretó los puños... y se tragó las palabras.
Ziarel, Alto General del ejército de Kennommah, se levantó de su asiento y, dirigiendo una respetuosa reverencia primero a su rey y luego al soberano de Iaiinommarj, se dispuso a rebatir la fogosa declaración del Ministro de Defensa. Aunque en teoría era éste el dirigente supremo de todas las cuestiones relacionadas con el ejército, todos sabían que en la práctica no era más que un portavoz de las decisiones de los Altos Generales como Ziarel, los verdaderos soportes de la milicia elfa. Así pues, el Alto General, un caballero imponente ataviado con su uniforme de gala, informó de la situación desde el punto de vista militar con brevedad y sin vacilación, diciendo:
- Señores, estamos hablando de un Imperio, quizás el más grande y poderoso de toda la historia del continente. El Ministro habla con un encendido y admirable nacionalismo, pero... Ni siquiera si sumásemos a Iaiinommarj y Geomaani, hermanos, no hay suficientes elfos Jades en este mundo para combatir a Angdor el Exterminador.
Un murmullo sobrecogido tomó forma en el reducido auditorio.
- Caray, la cosa está peor de lo que pensaba.- Shawws se llevó una cucharada vacía a la boca, sin darse cuenta de que lo hacía. Ioane lo miró, afligida.- Si un jefe militar ha dicho eso, debe creer sinceramente que declararle la guerra a los Sarryas es una locura.
- Algo semejante sería poco más que una maniobra suicida, caballeros.- continuó Ziarel, desapasionadamente. Su expresión era tan helada y pétrea como los relieves de mármol que adornaban las paredes.- Tanto si nos gusta como si no, estamos en las manos del Emperador Sarrya, como en su día lo estuvieron nuestros hermanos Iaiinommarj.
Shawwshants oyó cómo se levantaban furibundas protestas entre los nobles (¡Dioses del Taioh! ¡Pero si su padre también estaba allí!), que el Primer Chambelán tardó un buen rato en acallar. Entonces, de su pequeño escabel al lado del rey se levantó lady Favine, que hasta entonces había permanecido silenciosa, escuchando. Los comentarios cesaron en el instante en que la que había sido amante del monarca de Kennommah y su más fiable consejera durante siglos dio un par de pasos hacia el círculo vacío que había en la estancia, y el cual servía como improvisada palestra.
- Hermanos – dijo lady Favine, con una voz cristalina y templada como una espada de hielo.- Si estamos solos es porque nos encerramos demasiado en nosotros mismos. Aliémonos. Los humanos de las regiones del este están tan cansados de los Sarryas como nosotros, pero son muy pocos para combatirlos. Enviemos mensajeros y pactemos alianzas con Entenaka y Mesoane. Sus pueblos también viven con la constante zozobra de los soldados Sarryas acechando en sus fronteras. Nos apoyarán.
Ziarel sonrió cínicamente y movió suavemente la cabeza de derecha a izquierda.
-¿Pactar con humanos, mi señora? Ya lo intentamos otras veces, en otros tiempos, y ¿qué conseguimos? Sólo problemas. Sinceramente, ¿creéis que Entenaka y las regiones de la frontera entrarán en guerra con el Imperio sólo porque nosotros estamos amenazados? Angdor comercia con ellos para abastecer a su pueblo, y es muy generoso. Su oro vale el doble que el nuestro, señora, no podemos competir con eso.
- Nadie pondrá la vida de su pueblo en peligro para ayudarnos.- rezongó uno de los Senadores Magnos, dejándose caer en su butaca con un suspiro.
- ¿Y qué es lo que nos espera si seguimos a merced del capricho del Emperador Angdor?- preguntó lady Favine al auditorio en general, desafiándolos a todos con sus relucientes ojos veteados de oro y plata.- ¡El sometimiento, la esclavitud tal vez...! ¿Es eso lo que esperáis dócilmente, general Ziarel? ¿Es eso lo que deseáis para Kennommah?
- No, mi señora, pero haría falta el poder de un dios para liberar a Kennommah de la amenaza del Imperio Sarrya.- los ojos del elfo eran dos piedras verdes hundidas y sin brillo, pero una aplastante sinceridad era patente en su sombría voz.- Y tanto los demás Altos Generales como yo no somos otra cosa que simples mortales, por mucho que eso nos pese a todos.
Sin embargo, los extraordinarios ojos de la mujer brillaban por la indignación. Ziarel le sostuvo la mirada unos instantes, suspiró y volvió a su asiento sin decir una palabra más. Sabía que aquella siniestra pero veraz declaración suya le costaría el cargo, pero, por muy jefe militar que fuera, las vidas de sus hombres estaban por encima del orgullo de raza o, por lo menos, así le parecía a él.
- Debemos luchar. El general tiene razón, sabemos que son muchos y más fuertes, pero, mis queridos hermanos, más vale morir con honor que vivir deshonrado.
Lady Favine miró con altivez a Iolkkar. Éste soportó su colérica mirada sin un pestañeo, dispuesto a responder a cualquier acusación que la dama quisiera hacerle. Pero ella se limitó a observarle con fijeza y luego volvió a su lugar junto al rey Vehare.
Se hizo el silencio. Todos los kennommahs presentes miraban con recelo al rey de los Iaiinommarj y a su séquito, que permanecían impasibles, silenciosos y rígidos, sin aparentemente afectarles la acalorada discusión.
- ¡Ahora es el mejor momento para ponernos en acción! – tronó de nuevo el ministro de Defensa.- El Emperador Angdor está en alta mar, con el propósito de conquistar las islas del Suroeste. Ahora no es el peligro real, el peligro en carne y hueso, que aguarda en nuestras fronteras, amenazándonos en nuestro propio terreno. Está excesivamente confiado. Podríamos...
- Iolkkar - se alzó por primera vez la voz de Vehare, rey de Kennommah, cansina y sin entonación, para preguntar:- ¿Cuánto de cierto hay en la información de que Angdor está fuera del continente, conquistando las islas...?
Iolkkar, antiguo rey de los Jades Iaiinommarj, alzó la mirada.
- ¿Por qué debería saber más que tú de los movimientos de Angdor, primo? No soy ningún confidente del Emperador, Vehare, como tú y los tuyos os empeñáis en creer. - el monarca de los Jades de las Aguas clavó sus límpidos ojos azules en el rey de Kennommah, retándole con la mirada.- Sí, es cierto, todos lo sabéis... cuando las tropas de Angdor entraron en Ikairad, con él encabezándolas, yo mismo salí a su encuentro y le ofrecí mis dominios, mi corona de rey, mi propio pueblo... si respetaban la paz que manteníamos. Y así fue, hermanos. Los Sarryas entraron en la ciudad en silencio, y los míos los acogieron en sus casas y les ofrecieron todo lo que tenían.
Iolkkar hizo una pausa para poder continuar. El Príncipe del Agua, hijo menor del rey, consejero y representante de éste dada la ancianidad que se apoderaba cada instante de él y que permanecía sentado a su lado, le apretó el hombro para confortarle. El anciano elfo tomó aire y continuó con renovada energía su parlamento:
- Y Angdor mantuvo la palabra que me dio y la ha mantenido hasta el momento. Ni una sola gota de sangre ha manchado el suelo de nuestras ciudades blancas. Sí, es cierto - añadió, pesaroso.- que humillé mi orgullo y perdí a mis hijos, pero a cambio gané a mi pueblo, que aún vive en sus tierras feliz y en paz. Pero no por eso me he convertido en un traidor, Vehare. Yo no espío para Angdor, como él tampoco viene a mí para hablarme de sus planes de conquista.
-¡Pero sí que os entrevistáis con él muy a menudo! – El dirigente del Senado se puso en pie y señaló con un dedo acusador al apacible anciano sentado en la alfombra.- ¿De qué se supone que habláis entonces? ¿Del tiempo?
Unas risillas maliciosas se hicieron eco entre los kennommahs. El Príncipe del Agua, que estaba sentado como los otros Iaiinommarj, con la espalda recta, las manos en el regazo y el peso del cuerpo sobre los tobillos, se levantó en silencio y dirigió una mirada de profundo reproche a Vehare.
- Mi señor Vehare, no voy a tolerar tamaña insolencia.- el joven elfo esperó la respuesta del soberano kennommah, quien asintió pesadamente, dándole la razón y ordenando severamente al Senador que guardara silencio. Sólo entonces, Iolkkar continuó hablando:
- Pues sí, hablamos del tiempo y de otras muchas cosas. Angdor siempre acude a Ikairad cuando necesita relajarse. Yo le ofrezco mi hospitalidad y él, a cambio, respeta el acuerdo entre ambos. Es un hombre de palabra. Y permíteme, mi querido primo - dijo, dirigiéndose a Vehare.- que te dé un consejo: por el bien de tu pueblo, negocia ahora con él antes de que...
- ¿¡Qué?! - bramó entonces Inghamnas Sendaviva, Primer Juez del Tribunal Supremo y padre de Shawwshants, con las mejillas rojas por la ira:- ¡Antes muertos que rendidos! ¡No nos rebajaremos a ser estúpidas marionetas de ese bastardo humano, como vosotros!
Ioane contuvo un sollozo y la magia comenzó a fluctuar, comenzando a desvanecerse. Shawws, que no quería perderse el final de aquel enfrentamiento de colosos - y porque tenía el alma en vilo desde hacía rato - apretó la mano de la princesa entre las suyas, dándole ánimos. La muchacha se secó los ojos con el borde de su vestido y recuperó la serenidad. Tras aquella leve vacilación, el espejo de agua continuó tan transparente y nítido como antes.
- ¡Pensadlo bien, Kennommah! ¡Vuestro pueblo, vuestra tierra agonizará en un mar de sangre! - predijo sombríamente el Príncipe del Agua, con un ligero temblor en sus rosados labios. Entonces, Sai Sha el Adivino volvió la vista hacia él y le contempló con un súbito horror, que pasó por sus ojos como una rápida y agorera sombra, y todo él comenzó a temblar violentamente, presa de un fatal presentimiento.
La reunión de distinguidos diplomáticos se dividió en dos bandos: aquellos que proponían luchar hasta que el último elfo kennommah exhalase su postrer suspiro y los que movían la cabeza en gesto de negativa y pensaban en un acuerdo de paz, pero que no se atrevían a expresarlo en voz alta. Y en medio de aquel fuego cruzado estaban los Iaiinommarj, siendo el blanco de todos los disparos. La ordenada conversación se convirtió entonces en un desordenado guirigay de protestas, amenazas, súplicas y gritos.
Shawwshants miró a Ioane, preocupado. La muchacha manoseaba nerviosamente la gargantilla de pececitos plateados que llevaba al cuello y se había mordido los labios hasta hacerlos sangrar. Sus ojos estaban fijos en el Príncipe del Agua, en aquel joven de pálido cabello rubio y ojos centelleantes, firmes y sinceros.
- Ioane... - la llamó suavemente cuando distinguió un par de brillantes lágrimas rodando por sus tersas mejillas. La princesa volvió el rostro rápidamente, avergonzada por que la hubiera visto llorar, y pestañeó rápidamente para secar las lágrimas.
- Silencio, hermanos. - Vehare se había levantado de su grandiosa silla y miraba al auditorio con los ojos entrecerrados, estudiando todos y cada uno de los rostros presentes. Su escrutinio empezó por el Sumo Sacerdote del templo de Kennomm, siguieron por la Madre Blanca de Imoheri y terminaron en el propio Iolkkar, que lo observaba desde el suelo alzando la cabeza. Inmediatamente, todos volvieron a ocupar sus asientos y de nuevo se hizo un respetuoso silencio en la estancia.
El monarca de Kennommah, que a sus más de mil quinientos años seguía conservando toda la juventud y regio porte de antaño, cerró un instante sus rasgados ojos verdes, abrumado por el dolor y el pesar. Suspiró, y ese suspiro pareció envejecerle de repente. Shawwshants no sabía si todos habían tenido la misma impresión que él, pero hasta que no oyó el abatido suspiro del rey no reparó en las canas plateadas que salpicaban sus lustrosos cabellos rojos, en sus hombros hundidos, en sus manos temblorosas e inseguras... Vehare volvió a suspirar y dirigió una mirada rebosante de tristeza a sus súbditos. A continuación se dejó caer entre los cojines de su regio asiento, diciendo con una voz cavernosa, quebrada por una resignación que resultaba escalofriante:
- Hijos míos, me siento demasiado viejo y cansado para luchar.
Los presentes contuvieron un gemido, y Vehare agachó la cabeza, ocultándose los ojos con las manos. El Primer Chambelán se acercó a su señor, solícito, y le murmuró si necesitaba alguna cosa. Vehare le respondió apenas con un siseo y el sirviente personal del rey anunció:
- Hermanos, su Majestad sufre de una leve indisposición. Os rogaría que postergásemos la reunión para un momento más adecuado.
No tuvo que continuar. Enseguida los diplomáticos, sacerdotes, militares y demás personajes influyentes se levantaron, tragándose más de una maldición, y comenzaron a abandonar la sala tras dedicar rígidas reverencias al rey y a Iolkkar. Una vez que todos los kennommahs hubieron abandonado la sala con un arrastrar de sedas y comentarios, el Chambelán se acercó a Iolkkar, que se levantaba con ayuda del Príncipe del Agua, preguntándole si podía serle de utilidad. El viejo soberano de los Grandes Lagos hizo su consabido gesto con la mano, como si espantara a un insecto molesto, y gruñó algo ininteligible. Saludó con una inclinación de cabeza a su primo kennommah - que no había levantado la vista aún - y susurró con amargura:
- Vehare, va siendo hora de que te asomes a las ventanas de la Torre de Jade y mires lo que ocurre más allá de tu idílico refugio.
- Déjame solo, Iolkkar.- gimió el rey, moviendo la cabeza con desaliento.
Despidió también al Chambelán con un gesto, hasta que al fin, Vehare de Kennommah pudo quedarse solo en sus grandiosas habitaciones.
La magia se desvaneció, y el espejo de agua volvió a ser una simple pared, lisa y fría como una lápida funeraria. Ioane, incorporándose, cogió la copa de cristal con el helado - que no había tocado siquiera y que estaba completamente derretido - y la sostuvo entre sus manos.
-¿Está demasiado viejo y cansado para luchar? ¿Qué significa eso?
-Nada bueno, supongo, - suspiró Shawwshants.- a juzgar por las caras de la mayoría. Pero nuestro rey es así de enigmático, no le des más vueltas. Probablemente, seguiremos como hasta ahora: esperando a que Angdor decida qué hacer con nosotros.
- ¡Ellos son injustos! - exclamó Ioane, rota por el dolor, extendiendo las manos hacia la pared, como si aún pudiese ver a través de ella.- Mi padre hizo lo que juzgó mejor para su pueblo, ¡y ellos lo acusan de traición! ¿Es traición no desear la masacre, el hambre? ¡También pagó un alto precio por su decisión… con la vida de mis hermanos!
Dejándose caer de rodillas en la alfombra, la princesa Iaiinommarj rompió a llorar. Shawwshants se arrodilló junto a ella.
-Los ama tanto, Shawwshants… ¡tanto, que se ha perdido por ello!
Ioane se abrazó al muchacho, sollozando con más fuerza. Y en el mismo instante que el menudo cuerpo de la muchacha Iaiinommarj tocó sus manos, una intensa corriente eléctrica sacudió la mente de Shawwshants. Durante un instante todo ante sus ojos fueron tinieblas, para más tarde disiparse y dar rienda suelta a un torbellino de imágenes cambiantes que giraban y se alternaban a gran velocidad: en ellas veía a Ioane, despidiéndose dramáticamente del joven que había identificado como Príncipe del Agua, su hermano... veía a la muchacha emprender un gran viaje para terminar en compañía de un alto joven, rubio y apuesto, con unos extraños e insondables ojos oscuros, sin pupilas... sintió de repente el golpe de una oscura tristeza, y contempló regiones desconocidas, perfiladas por hileras de puntiagudas montañas nevadas... una realista sensación de melancolía, de nostalgia y de desdicha absoluta, le golpearon el cerebro hasta hacerle perder el aliento.Y vio también aquella sombra negra, amenazadora y terrible, planeando sobre la rubia cabeza de la princesa de las Aguas...
Shawws abrió los ojos, espantado, a punto para contener un grito de terror. Al descubrir a Ioane en sus brazos, aún gimiendo, se estremeció de cabeza a los pies y no tuvo ninguna duda: acababa de ver el triste destino que aguardaba, como una implacable ave de presa, a la joven princesa Iaiinommarj.

1 comentario:

Nicasia dijo...

Que bien escribes pedazo de z....