lunes, 2 de marzo de 2009

Los Esponsales

Ataviado con una hermosa dairha de un blanco deslumbrante, con el cabello alisado cuidadosamente y peinado con todo el esmero de las mejores peluqueras de su madre adoptiva, Shawwshants aguardó en la entrada del majestuoso salón de la villa Sendaviva, donde tendría lugar la recepción de los invitados a la boda, la llegada de la representante de Riatha, es decir, la que recibiría los agasajos de los asistentes como si fuera ella misma. Los novios, los verdaderos recién casados, no podrían ser llamados como tal si no llevaban a término la consumación de su matrimonio recluyéndose en la Sala de la Vida, un lugar paradisíaco según contaban los que la habían visitado, en el interior del kennommah más antiguo de la nación, consagrado a la diosa Imoheri, la diosa de la tierra y la fertilidad, y no volverían a la celebración hasta que ambos se hubiesen despojado de su virginidad.
Pero la pseudo novia se retrasaba un poco, y Shawws, que ni siquiera sabía quién sería la representante de su recién estrenada cuñada, comenzó a impacientarse. A lo lejos se oyó la música y suspiró: el cortejo de la novia estaba en camino. Después de unos minutos vio la rociada de pétalos de nehai que precedía la procesión y luego vio a la muchacha, que caminaba muy erguida con el velo echado hacia la cara y vestida también con un traje tradicional níveo y pesado como el suyo. Antes de entrar, la novia –su representante- se detuvo junto a él y Shawws la tomó de la mano, como era la costumbre (y era un milagro que no se le hubiese olvidado nada de lo que tenía que hacer y que Mephalis le había recordado hasta el cansancio) para después echarle el velo hacia atrás y que su rostro quedase a la vista de todos los asistentes, que aguardaban a los lados del sendero blanco hecho con seda.
Ryannethesse Flamaígnea, princesa de Kennommah, le sonrió tras apartarle él el velo, arrancando suspiros de admiración entre los presentes. Era la primera vez que Shawws la veía después de diez años y se asombró por lo mucho que había crecido, convirtiéndose en la antesala de la espléndida mujer que llegaría a ser. Habían maquillado sus ojos con polvo de esmeraldas, lo que le daba una expresión tremendamente adulta, y sus labios sonrosados le sonreían con picardía.
Shawwshants contuvo la respiración ante la visión de aquel rostro tan hermoso y tan querido para él. Para no traicionarse, tuvo que guardarse sus demostraciones de júbilo ante lo grato de la compañía hasta que estuviesen más tranquilos, y ambos entraron, cogidos de la mano, hacia el salón, donde ocuparon los asientos más privilegiados después del rey, para comenzar con los insufribles actos de homenaje y la presentación de los regalos de los invitados. Sólo después de varias horas se sirvió la comida y pudieron hablar un poco.
-¡Caramba, no tenía ni idea de que fueses a ser tú…!
Ryanne sonrió con coquetería y le acarició la mano.
-Se lo propuse yo misma. Ya sabes que Riatha no tiene hermanas ni primas, y como tú ibas a representar a Oristhios, pensé…
-¡Qué sorpresa, dioses! ¡Y cuánto has crecido! Estás tan hermosa…
-Tú también estás más alto, ¿es que no vas a dejar de crecer nunca? Así nunca voy a conseguir ponerme a tu altura. –sonrió la jovencita, encantadora, mirando a su alrededor.- Vaya, tu padre no ha reparado en gastos, ¿no? ¡Es una celebración digna de un rey!
-Sí, ya le conoces, cuando se trata de guardar las apariencias…
Ryanne sonrió con misterio y dio un sorbo a su vino blanco. Observó unos instantes la artística copa, en cuya base había tallada una vid que enlazaba sus raíces hacia la base, perfilada delicadamente de oro.
-Eso es cierto, pero… ¿cómo se las arreglará tu padre para que nadie se entere de que su hijo va a renunciar a su posición para irse a ver mundo?
Shawws palideció, con un bombón de pasas a medio camino de la boca. Se giró hacia su “novia” y le preguntó con un tartamudeo:
-¿Pero tú… tú cómo… cómo te has enterado de eso?
¡Claro! Había olvidado que la princesa tenía unas fantásticas aptitudes telepáticas que con el tiempo, sin duda, no harían más que agudizarse. Siempre había leído en su mente como en un libro abierto, y ahora, más aún. Ryanne sonrió un poco, pero se puso seria rápidamente.
-Supongo que sabrás cómo está el asunto con los sarryas, Shawws… es algo muy serio. Y personalmente, preferiría que… que te marcharas lo antes posible. No sé lo que pasará en Kennommah cuando la guerra estalle, y me gustaría… que estuvieses a salvo, especialmente tú. ¿Me entiendes? Por tu propia seguridad. Yo me encargaré de defender al país, pero tú… tú tienes que cuidarte, ¿me oyes?
Le había apretado las manos con tanta energía entre las suyas, que le dolían, pero Shawws no se movió ni dijo nada. Sólo continuó mirándola fijamente, a sus espléndidos ojos verde esmeralda, durante unos eternos instantes.
-Siempre sabré dónde estás. Pero tengo que asegurarme de que estarás bien… pensé… pensé pedírtelo yo misma. Pedirte que te fueras lejos, hasta que las cosas estén algo más calmadas, porque tú…
Ryanne apartó la vista, ruborizada, más bella que nunca con aquel traje de novia inmaculado y las vetas de oro adornando su cabello, haciendo resaltar todo el fuego que anidaba en ellos, y sus dedos, dibujando complicadas filigranas en ellos. Shawws le pidió mentalmente que no dijera nada más, que no lo dijera, porque no estaba preparado para oírlo… porque no sabía si quería oírlo. Pero la joven princesa negó suavemente con la cabeza y miró hacia delante, a la majestuosidad del salón dorado, y susurró:
-¿No es esta ceremonia como nuestra boda misma? Lo sabes igual que yo, Shawws, que Kennommah no tendrá más rey que tú, tanto si me aceptas como esposa como si nunca llegamos a casarnos... Pero en estos tiempos turbulentos… ¡qué difícil se hace hablar de algo que en otro momento sería tan sencillo! ¡Qué difícil, mi querido amigo, mi dulce hermano! ¡Qué época tan siniestra nos ha tocado vivir!
Aún con las manos enlazadas a las suyas, Shawwshants sintió cómo un enorme nudo se formaba en su garganta y que paralizaba su lengua, impidiéndole decir nada más. Un tremendo escalofrío le recorrió la espalda lentamente mientras un sudor frío le perlaba la frente y se preguntaba qué le ocurría a su cuerpo de repente. Miró a Ryanne, pero ésta también había palidecido en cuestión de segundos y miraba a su alrededor frenéticamente, como si buscase algo con urgencia. El escalofrío volvió a repetirse, atenazando cruelmente su columna vertebral, y entonces lo oyeron. Todo el mundo lo oyó. De súbito, un ruido tan terrible como amenazador surcó el aire, rasgándolo como una cortina de gruesa tela, haciendo temblar el suelo y gritar a todos los invitados. Al ruido silbante siguió una fabulosa explosión, tan atronadora y temible, tan cercana, que hizo palidecer de terror a los pocos invitados que habían permanecido en pie. Ryanne, aún lívida, se levantó de la mesa de los novios, sin ni siquiera dedicar una última mirada a Shawws, y comenzó a desabrocharse rápidamente los cordones de seda que le cerraban la dairha de ceremonia, mientras llamaba a gritos a sus oficiales y por el aire comenzaba a esparcirse el acre aroma de la guerra.

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