martes, 27 de enero de 2009

La vuelta del hijo

*Shawwshants Moshe es uno de mis personajes favoritos. Sin él, no habría historia. Moshe es un nombre judío, significa "Niño" y es su segundo nombre. En mi mundo, el más importante, ya que es el que le regala su madre.

Cuando padre e hijo volvieron a encontrarse habían pasado diez años, y justo cuando Ingham recrudecía la búsqueda de su hijo y parecía al límite de su paciencia, agotada a base de amenazar e intentar intimidar al viejo Adames para que le devolviera a Shawwshants, sin éxito, éste regresó a la Torre de Jade sin previo aviso, una soleada mañana de abril.
Ingham se levantó del escritorio de su despacho con lentitud, apenas dando crédito a lo que sus ojos veían.
-Buenos días, padre.
Shawwshants había crecido aún más y casi le sacaba media cabeza. Su pelo lucía de un corto tan insolente como inadecuado si tenía que medirlo con la moda imperante en aquel momento y sus ropas toscas y sus gestos más toscos aún le hablaron de una vida sencilla, repleta de privaciones y pequeños sacrificios, pero igualmente satisfactoria. Porque, por mucho que le doliese reconocerlo, la expresión del rostro de su hijo, en conjunto, era la más alegre y radiante que le había visto jamás.
Sintiendo que todos los años de infructuosa búsqueda, tensiones y amenazas habían concluido, Ingham se sintió tan aliviado que tuvo ganas de echarse a llorar. No sabía si acercarse a su problemático retoño para abrazarle o para darle un par de buenas bofetadas, que por otro lado bien se merecía, así que tras levantarse, se quedó mirándole unos instantes, incrédulo, totalmente inmóvil, hasta que dijo:
-Has vuelto, hijo.
Shawwshants bajó la vista y se rascó la cabeza, incómodo, con sus manos ásperas y agrietadas. Había pensado que el encuentro con su padre iba a resultar muchísimo más violento de cómo estaba transcurriendo y casi esperó el golpe que su padre llevaba reservando para él durante tanto tiempo, pero el supuesto castigo no llegó a producirse. Sólo observó maravillado cómo el poderoso Primer Juez le miraba como si en vez de venir de las Tierras Altas acabase de regresar del mismísimo Abismo y, con expresión derrotada, tras levantarse, se dejaba caer de nuevo en la lujosa silla de su escritorio.
-Sí, he vuelto, pero sólo… -comenzó a decir Shawwshants, de nuevo alzando la mirada con decisión hasta su padre.- Sólo para decirte que no voy a regresar más a la Torre de Jade. Vendré… vendré de vez en cuando a veros, si me lo permites, pero eso es todo.
Ingham tomó aire con fuerza y le miró sin comprender, o tal vez, comprendiendo demasiado tarde lo que su hijo quería decir.
-¿Qué es lo que has dicho? –le provocó débilmente, aún impactado por su firme propósito, y Shawws le miró sin pestañear.
-Lo siento, padre.
Entonces el primer juez reaccionó, y la ira se enseñoreó de su rostro apacible, transformándolo de súbito, y exclamó, furioso:
-¡No eres más que un chiquillo y harás lo que yo te ordene! ¿Dejar la Torre de Jade? –se indignó, enrojeciendo poco a poco de furia.- ¿Cómo se te ha ocurrido siquiera pensar en semejante estupidez? ¡Eres un príncipe, un príncipe de Kennommah!
Shawwshants no respondió nada, pero siguió sosteniéndole con firmeza la mirada, implacable, reacio a dejarse vencer esta vez.
-¡Dejar la Torre! –continuó Ingham.- ¿Y adónde irías? ¿De por vida con el loco de tu abuelo y su… ese desarrapado grupo de maleantes? – e incorporándose con pasmosa rapidez, se acercó a su hijo para cogerle del brazo con fuerza y taladrarle con sus ojos borrascosos ojos grises.- ¡La guerra es inminente! ¿No lo sabías? ¡Si dejas la Torre, nadie podrá protegerte, Shawwshants! ¡Nadie, ni siquiera yo!
-No tienes por qué hacerlo. Sé cuidar de mí mismo.
Pero su inflexible padre soltó una carcajada de puro sarcasmo.
-¡Cuidar de ti mismo! ¿Desde cuándo? ¿Crees que sabes algo de la vida sólo porque has estado con tu abuelo unos años echado a los caminos, como si fuéseis mendigos? ¡Déjame que yo te diga lo que sabes! ¡No sabes nada del mundo! ¡Absolutamente nada!
-Pues déjame que lo averigüe.-pidió Shawws en un susurro, mirando al suelo momentáneamente y luego levantando los ojos para encontrar los de Ingham.- Pegado a tus faldas nunca sabré de lo que soy capaz. Y si quieres que no me vaya, tendrás que encerrarme, como le hiciste a mi madre. Y te aseguro que aun así, encontraré el modo de irme, y lo haré.
Inghamnas le soltó, impresionado por la pasión de su discurso. Ese Shawwshants, el Shawwshants que había visto el mundo que había tras la frontera de la salvaje nación de los Jades no era el mismo tímido y apocado muchacho que se había marchado de la Torre diez años atrás rumbo a la Gran Escuela de Elwahir. Había tanta determinación en sus ojos y en sus palabras que el senador se sintió flaquear con él por primera vez en su vida… igual que le había ocurrido con ella, con su madre. Olhema… ¿la habría visto en ese tiempo? ¿Cómo se encontraba ella, el amor frustrado de su vida? Volvió sobre sus pasos, derrotado ante la fuerza y el coraje de su hijo, derrotado una vez más por la fuerza y el coraje de Olhema, que estaban en Shawwshants impresos como un hierro al fuego, para dejarse caer pesadamente en el sillón dorado y se cubrió los ojos con una mano, sintiéndose más viejo y débil que nunca. Tantos años batallando con las responsabilidades de su doble cargo, resolviendo cuestiones, esquivando intrigas, superando el temor a la guerra, enfrentándose a los diplomáticos sarryas en persona y a la cruel realidad que atenazaba al país con una entereza admirable… que acababa de ser deshecha en unas pocas frases por un chico que apenas si había alcanzado la mayoría de edad.
-¿Te quedarás, al menos, para la boda de tu hermano? –preguntó con un hilo de voz, que sonó en sus propios oídos como el quejido agónico de un anciano, y luchando por sobreponerse a aquella sensación, continuó:- Se celebra dentro de dos semanas, y eres su representante en el banquete.
-Sí, por supuesto.-accedió el muchacho, dócilmente, e Ingham suspiró, levantando la cabeza para mirar a su hijo.
Y allí estaba. Aquella familiar frialdad había regresado a los ojos de su padre. Shawwshants le contempló con tristeza, compadeciéndole en su interior por no ser más que otra de las víctimas de las rígidas convenciones de una Corte encorsetada y malsana como la que se imponía en la Torre, pero también comprendiéndole más que nunca.
-Ya que no vas a respetar mis órdenes, -Ingham le miraba con ojos tan helados como un bloque de nieve y Shawws pensó qué tipo de chantaje le haría su padre a continuación.- al menos, ve a que te hagan la Marca. Han pasado años desde tu Noham Sithar y aún no la llevas. Y eso es algo completamente indigno para cualquier kennommah, que es lo que seguirás siendo el resto de tu vida, por muy poco orgulloso que te sientas de ello.
Shawwshants asintió, accediendo sólo para complacerle. Las palabras rencorosas de su padre no eran ciertas. Nunca había pensado en olvidar que era un kennommah a pesar de todos los lugares que había visto y los que aún le quedaban por ver. Amaba su país por encima de cualquier cosa y lo que él era por nacimiento, es decir, un príncipe de una de las casas más antiguas y prósperas de la Nación, heredero de famosos conquistadores y grandes Místicos. Lo que quería, simplemente, era tomar las riendas de su propia vida, que era justo lo que a los jóvenes nobles, kennommah como él, no se les permitía hacer. Estaba cansado de tantas rectas normas, de la filosofía agobiante y de mente estrecha de los Tres Caminos. Él quería decidir por sí mismo. Y el mejor momento era justo ahora, ¿por qué postergarlo más?
La Marca le produjo una seria fiebre durante cinco largos días. Mariathe y Nivaranna, que estaban en la Torre ayudando con los preparativos de la ceremonia del enlace de su hermano mayor, se encargaron de cuidarle durante esos nubosos y confusos días. Xantelses también había acudido a la Torre desde Kenneihara, a pesar de que en los últimos dos años el ejército andaba azoradísimo con el temor a que la guerra estallase de un día para otro, para asistir a la boda de Oristhios, y cuando Shawws recuperó del todo la conciencia, su mejor amigo y compañero de travesuras le miró con una mezcla de admiración y temor que le hizo estremecerse de extrañeza.
-Así que te vas, ¿no? – preguntó Xanti, el bromista Xanti, que en esta ocasión tenía un semblante tan serio como el de un cadáver.- Te vas de Kennommah para siempre, maldito traidor.
-No me voy para siempre.- le aclaró Shawws, mientras su amigo le desanudaba el vendaje del brazo izquierdo para echar un vistazo a su flamante y recién estrenada Marca.- Vendré a veros.
-¿Pero…? ¿No puedes convertirte en actor aquí mismo, en Kennommahii, y dedicarte a hacer giras por el país? Como siempre habíamos planeado… ¿Te tienes que marchar a la fuerza?
-Sí, y no me eches un sermón, que ya tengo bastante con el de mi padre.
Xantelses miró maravillado las hojas de la vívida hiedra que se le enroscaba a su mejor amigo a lo largo de todo el brazo, empezando en el hombro y acabando en el reverso de la mano izquierda. Después le miró a él, a sus plácidos ojos color avellana, entrecerrando los suyos a continuación, suspicaz:
-Has cambiado, ¿sabes, Sha? Pareces… mucho más maduro que hace diez años. Qué bien te han sentado las vacaciones con el abuelete, ¿eh?
-No han sido sólo vacaciones, Xanti. – le explicó apasionadamente el muchacho, mientras se recostaba en los mullidos almohadones de su cama.- Ha sido… el descubrimiento de otra vida, que se hiciera realidad mi mayor anhelo, y he decidido que es eso justamente lo que quiero. Voy a volver con ellos, con Idhal Ahn y con mi abuelo, y después, quién sabe…
Xantelses volvió a vendar cuidadosamente el brazo de su amigo, mordiéndose los labios con tozudez.
-¡Pero Shawws! La guerra amenaza y los sarryas están por todas partes. El ejército no lo ha confirmado, pero se dice que ya han entrado en Kennommah y que arrasan todo a su paso, incluso la selva. ¡No es ninguna broma! Todo el país entero se prepara para la guerra, ¿es que no imaginas lo que te puede pasar si cruzas la frontera?
-¿Y qué pasará si me quedo? ¡Tal vez todos tengamos que salir de Kennommah algún día!
Sin embargo, el jovial muchacho no se dio por vencido.
-Comprendo que no te parezca el sitio más seguro del continente, con el rey hecho una pusilánime marioneta y la princesa a punto de dar un golpe de estado, pero… ¡al menos estás con tu gente! ¿Qué te espera ahí fuera, eh? ¡No puede ser tan maravilloso! ¿Qué has encontrado fuera, que no puedes renunciar a eso?
Pero Shawws le apartó de un manotazo, enfadado.
-¡Encontré mi libertad, la libertad que en la Torre de Jade siempre se me negó, eso fue lo que encontré! ¡Pero pensaba que tú eras distinto, y eres igual que todos los demás! ¡Tan encerrados en sí mismos, que no son capaces de apreciar cuánto de bueno hay fuera de su minúsculo mundo!
-¡No me has entendido en absoluto, Sha! ¡Ni una palabra! ¡Y sólo me preocupo por ti, maldito idiota desagradecido!
Xantelses, dolido por su acusación, se marchó de la habitación dando un bufido desaprobatorio. Shawws no hizo intento de llamarle ni impidió que se marchara, y cuando quiso arreglar las cosas, ya era demasiado tarde para ambos. Aquella hermosa y tranquila tarde de domingo fue la última vez que vio a su mejor amigo.

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